Hay animales que no sirven para vivir como mascotas. Quizás todos, aunque hay algunos que por tradición nos parece más adaptados. Luego están otros que simplemente arrancamos de su habitat por un deseo de satisfacer nuestro ego para tener una mascota exótica y exclusiva: arañas, reptiles, monos, pájaros, etc. Todos ellos deberían estar prohibidos como mascotas. Se nos olvida que son seres vivos que sienten y que sufren, y nosotros seguimos tratándolos como cosas.
Solemos pensar en animales grandes, pero ¿qué pasa con los pequeños?
El lunes llegó a casa Isidro. Le llamé Isidro por habernos encontrado el día del patrón de Madrid. Isidro es un caracol que apareció en una de las lechugas que traía del pueblo. Los caracoles me parecen adorables, y pensé en cuidarlo. Si Ales es capaz de criar uno, yo también. Así que lo puse en un tupper cubierto con agujeros, con su lechuga remojada, esperando a hablar con Ales sobre cómo se cría un caracol.
Al poco rato me di cuenta de que Isidro no era feliz. No hacía falta que Isidro hablase, se notaba por su comportamiento. Simplemente lo sentía: sentía su tristeza. A ratos hasta temí que pudiera morirse antes de hablar con Ales. Entonces decidí que lo iba a liberar. En mi casa no pintaba nada, Isidro tenía que ser libre.
Lo llevé al día siguiente a un descampado cerca del curro, donde he visto más caracoles otras veces. Desconozco la vida social de los caracoles, pero al menos parece ser un sitio donde un caracol podría sobrevivir. Tampoco conozco las amenazas que acechan a un caracol, pero prefiero darle una oportunidad para que él solo pueda desarrollar su vida.
Mucha suerte, precioso Isidro.
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