domingo, agosto 02, 2015

El Ventorrillo - Mirador de las Canchas - Risco de los Emburriaderos - Pto Navacerrada

Pocas cosas producen más empoderamiento que salir solo a la montaña. No es que prefiera ir sola a ir en grupo, pero la experiencia es muy diferente. Cuando voy en grupo, siempre voy a remolque porque, como dije en otro post, suelo ser la más lenta, la que menos resistencia tiene, la más quejicosa. Soy el lastre. Pero cuando voy sola voy a mi ritmo, soy yo la que decide dónde, por dónde y hasta dónde, y además suelo aprender cosas, sobre todo de mí misma y de los recursos y capacidades que poseo. Estas vivencias suelen ser bastante reafirmantes. Y después de varios días con el ánimo bajo y de sentirme poco valiosa, necesitaba algo así.

Esta mañana amanecía cubierto. Me sentía muy perezosa, tenía dolor de cabeza, y con molestias en el estómago. Cosas del estrés, supongo. A poco no desisto antes de empezar. Tengo el par de arranque muy alto la verdad. Pero tras comprobar que no había alarma de tormentas en la montaña y desayunar, me he puesto en marcha.

Cuando he llegado al Ventorrillo hacía fresquito y seguía medio cubierto. Era un día ideal para haber subido a 7 Picos, uno de mis retos pendientes. Pero he preferido atenerme a lo que mi mente me pedía. Tenía la ruta muy clara: el mirador de las Canchas. Es una ruta que hicimos hace unos años Crisis y yo. Entonces ella estaba embarazada y sólo llegamos hasta el mirador. La ruta me había gustado y he querido repetir.

Caminar a solas tiene un problema: estar sola con mis pensamientos. Por lo menos al principio, hasta que me meto en la actividad. Pero esto puede llevar un tiempo y, mientras, ahí están ellos, recordándome mis miserias. A veces me sorprende la ingente cantidad de pensamientos que puedo llegar a tener. Es agotador. Mi mente es como una máquina que no deja de generar pensamientos. No puedo pararla. 



He llegado al mirador de las Canchas. Era pronto, quizá las 10:30. Todavía podía aprovechar un poco la mañana y pasear más. La Bola del Mundo se mostraba como un objetivo ambicioso, no era necesario llegar. Pero acercarme un poco ¿por qué no? Sabía que había un camino que llevaba a ella desde la Barranca, pero el que había delante de mí se veía claramente que bajaba a La Barranca pero no parecía girar a la izquierda en ningún momento. Entonces he preguntado a un ciclista que acababa de parar en el camino.

"¿Quieres ir a la Bola del Mundo? Está muy lejos". Odio que me menosprecien aunque tengan razones para ello. Vale, estaba haciendo una lectura de pensamiento, pero era tan evidente que me estaba juzgando como mujer, gordita, y dominguera...Le habría borrado esa sonrisa condescendiente de un puñetazo. La sociedad creó las normas para situaciones como ésta.
El tipo me confirma que el camino desciende a La Barranca y que casi al llegar al final aparece el que va a La Bola del Mundo. ¡Qué pereza! Y justo cuando estoy asimilando la posibilidad de bajar a La Barranca sin más y almorzar allí, me sale con que hay un sendero justo a mi izquierda que se acerca a La Bola del Mundo. "Pero está muy lejos", añade. ¡Joder qué pesado! 

Subo a la senda. Se llama "Camino de la Tubería" porque hay una de hierro que acompaña todo el recorrido. Es un camino estrecho, pero cómodo para caminar: va ascendiendo muy suavemente y tiene un tramo de sombra. Cunde. Frente a mí, la Maliciosa y la Bola del Mundo. Es una vista bonita, salvaje. Se ven montones de lagartijas y un par de águilas. 


Sigo caminando hasta llegar al Risco de los Emburriaderos (el nombre lo he mirado luego). Se hace evidente que el camino tiene que llegar a Navacerrada, pero ignoro cuánto hay por delante. Me digo que si no lo veo claro, a las 12:00 me doy la vuelta y desciendo. De repente engancho con una PR que marca claramente un ascenso. Decido coronar y tomar la decisión allí. Este es el tramo más duro que he tenido en el día. Creo que me va haciendo falta comer algo.

 Corono. Entonces veo que estoy justo en la senda del puerto que va por debajo del telesillas. Y por encima de mí la senda que lleva a la Bola del mundo. Miro el reloj. Pienso en el ciclista. Aún no son las 12, llevo 2 barritas energéticas y suficiente agua. Vamos, que me da de sobra para subir a la Bola del Mundo. Y no lo digo por chulería, es que no es la primera vez que subo. Sé que me puede costar, pero sé que puedo lograrlo. Pedazo de cretino.

Justo cuando estoy planteándome si subir, una idea se gesta en mi cabeza. Esa idea tiene forma de bocata de lomo con queso y me llama. El puerto está tan cerca...Mis pies se encaminan automáticamente en ese sentido. Subir a la Bola del Mundo parece algo tonto. Si me pongo muy cabezona, siempre podría hacer trampas y coger el telesilla, que está funcionamiento. Pero yo sólo quiero comer...

Me pido un bocata que me sabe a gloria. Recargo agua. Me doy crema solar. Comienzo el regreso. Me ha tentado la posibilidad de bajar andando directamente por la carretera, que es el camino más corto al coche. También he sopesado la idea de hacer autoestop. Pero ninguna de las dos me hacen mucha gracia. Así que vuelvo sobre mis pasos. 

El sol está ya en todo lo alto y hace bastante calor. Me molesta un poco la rodilla derecha, lo cual no son muy buenas noticias para el descenso. Me doy cuenta de lo mucho que he caminado, aunque no soy capaz de calcularlo. Seguro que no es para tanto, pero estoy cansada y se me está haciendo largo y pesado. Sólo quiero llegar al coche. Apenas hay sombra y no llevo un pañuelo que me proteja porque no tenía planeado andar más allá de las 13h. Me pesan las piernas y noto cada centímetro del pie...

Y por fin...mi coche, mi Igortxu. No lo beso porque seguro que quema. Nos vamos a casa, que me espera un pedazo de helado de turrón en la nevera. Me lo merezco.

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