Te dan una noticia que va a poner patas arriba tu
mundo. El fin de tu mundo. El fin de algo que amas tanto. Impotencia,
frustración, ira, miedo…todo se mezcla en el crisol de tu corazón. Puro magma
que pugna por salir. Pero no puedes permitirlo, porque eso significaría dar
demasiadas explicaciones que no le importan a nadie. Así que luchas contra las
lágrimas que quieren derramarse, intentas forzar una sonrisa para que nadie te
pregunte (aunque siempre puedes decir que estás constipado o que tienes
alergia), intentas que tu semblante no parezca tan pálido y serio, intentas que
los pedazos de tu corazón no se disgregen, intentas no colapsar en público,
aunque es lo que más te gustaría en este momento. O morirte en ese mismo
instante.
Intentas ocupar tu mente con el trabajo, pero es
imposible concentrarse. Nada te puede consolar: ni el chocolate, ni los vídeos
de gatitos, ni los memes recibidos por el whatsapp, ni las anécdotas de la
última reunión…El dolor de tu corazón es ensordecedor. Pones la música a todo
volumen hasta que los oídos duelen, porque el sonido te va a inundar por
dentro, y con suerte aplacará la desesperación lo suficiente para que el dolor
no te devore por dentro, y con suerte callará la voz interna que te dice que
todo está perdido, que no hay esperanza.
No puedes evitarlo. La vida vuelve a golpearte y esta
vez es un palo muy duro. No sabes cómo vas a poder superarlo. Sólo queda
aceptarlo, como si fuera fácil. Como si fuera fácil renunciar a lo que amas. No
hay nada que puedas hacer salvo llorar y esperar a que un día el dolor
desaparezca.
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