Hace un tiempo me tomé por casualidad en
Internet con la iniciativa #100happydays. Se trataba de subir durante cien días
una foto diaria que retratase los momentos felices de nuestra vida. La página
web de la iniciativa no citaba ninguna motivación concreta para aceptar el
desafío, pero indicaba varios beneficios para los participantes, principalmente
ser más optimistas y sentirse mejor a diario. Además mencionaba que el 71% de
las personas no pudieron completar este desafío, citando la falta de tiempo
como la principal razón.
Decidí participar. Mi motivación simplemente
era mitigar una de mis distorsiones mentales: el filtro mental. Así que empecé
por cosas que no sé si me hacían realmente feliz, pero que me alegraban o por
lo menos me hacían sonreír. Y es que “felicidad” es una palabra demasiado
grande, ambiciosa, difícil de captar.
Al principio costó un poco ver esas pequeñas
cosas, pero pronto vi que había más de las que pensaba, hasta el punto de que había
días que me sobraban. Podría haberlas guardado para días en los que todo se ve
negro, pero decidí que era mejor si intentaba hacer un esfuerzo diario. Y sorprendentemente
cada día había algo que mostrar.
He completado el reto, pero creo que he
fallado. La razón es que no ha habido continuidad, especialmente al final. El
reto coincidió con un viaje largo que no sólo rompió la rutina, a veces también
era complicado encontrar wifi o acordarse del reto. A la vuelta simplemente,
olvidé que tenía que hacerlo.
Aun así he llegado a 100 y estoy contenta por
ello. No me siento más optimista, pero es posible que haya aprendido a fijarme
un poco más en los aspectos positivos, y eso en sí es un triunfo.
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