En primer lugar quiero pedir perdón porque creo que no voy a ser capaz de exponer con fidelidad las ideas que quiero transmitir. Son ideas de esas que se llegan a comprender a un nivel más interno pero que a la hora de comunicarlas, las palabras resultan insuficientes. Me declaro torpe en este aspecto.
Hoy, una vez más, hablo de Mindfulness. Hablo de las primeras ideas surgidas en mi primera clase, que son muy interesantes y que aportan un nuevo punto de vista, llegando a modificar la forma en que miraba la realidad de las cosas. Algunas de ellas ya las he tocado anteriormente en clase de yoga, en alguno de los libros que esto leyendo últimamente, en algunas de mis soliloquios, incluso en las sesiones con Lola aunque desde una praxis completamente diferente. Ahora todas esas ideas parecen converger en cierta manera, y eso me encanta, porque parece como si fuera un puzzle en el que estuviera encajando las piezas. Cada pieza puede ser muy diferente y puede estar muy alejada de las otras, pero al final todas conforman la imagen completa que representa el puzzle.
La clase comenzó con la diferencia de los dos modos operativos que tenemos: el Hacer y el Ser. Habitualmente funcionamos en el modo hacer. Tenemos inculcada la idea de que tenemos que estar haciendo siempre algo. Nuestro cerebro está siempre activado, pensando, elucubrando, planificando, recordando... Creemos que somos lo que hacemos y asociamos nuestra valía a los resultados de nuestra acción. Nos atamos a una idea de cómo deben ser las cosas, y nos frustramos cuando los resultados no son los esperados, cuando las cosas no salen como queremos.
Esto es totalmente social. Desde que nacemos nos imponen una serie de metas a cumplir, con la promesa de la felicidad y la plenitud asociada a ellas: tienes que sacar sobresaliente en el cole, tienes que estudiar una carrera determinada, tienes que casarte, tienes que formar una familia... A veces las consigues, pero no obtienes la satisfacción que esperas. Otras no las consigues y te frustras, y te sientes un fracasado por no cumplir con los cánones. Otras esas metas ni siquiera tienen que ver contigo. Y nos pasamos la vida proponiendo metas y tratando de alcanzarlas. Una y otra vez, sin ton ni son.
Queremos controlarlo todo, queremos que la realidad se pliegue a nuestra conveniencia, pero la vida no es lo que hacemos, es lo que nos sucede. Y ante lo que nos sucede tenemos diferentes reacciones. Una es la resignación: las cosas son como son. Otra es la confrontación: rechazamos lo que nos acontece, nos quejamos, maldecimos nuestra suerte. Y por último está la aceptación, que es la menos frecuente. Aceptar significa que integramos lo que nos sucede en nuestra realidad como algo temporal mientras buscamos estrategias y posibilidades para cambiarlo, pero siendo conscientes de que quizá el resultado no sea el que buscamos.
Es bueno ponerse metas y tratar de alcanzarlas, pero jamás debemos atarnos al resultado. La búsqueda de la meta también tiene dos posiciones: la de la curiosidad y la de la carencia. En la primera, nos movemos hacia la meta por curiosidad, por el afán de aprender, de superarnos. En la segunda, nos movemos hacia la meta en la creencia de que conseguir la meta va a cubrir un vacío que tenemos, y que al cubrirlo, vamos a ser felices. Este posicionamiento es incorrecto porque la premisa es falsa: somos seres completos de por sí, no necesitamos nada que nos complete. Pero si asociamos nuestra felicidad a algo y no lo conseguimos, vamos a pasar a un estado de frustración creado que es muy dañino para nuestra valía. Porque nuestra valía no está asociada a objetos, logros o personas. Somos valiosos porque somos seres humanos.
Luego está el modo Ser. Es lo que somos por debajo de ese ruido que es el Hacer. Nuestra esencia. Pero raramente conectamos con ella porque estamos demasiado ocupados haciendo. Porque nuestra atención está puesta en otros focos.Aquí aparece el concepto de atención como una linterna que enfoca un pedazo de realidad. Rafa dice que sólo existe aquello a lo que prestamos atención. Por ejemplo, ahora estoy centrada en la pantalla y esa es mi realidad. El resto de personas y objetos a mi alrededor (mi móvil, mi agenda, mi compañera Macu, incluso los emails que llegan de mis socios...) simplemente no existen hasta que mi atención se desplace hacia a ellos. De hecho mi única realidad es la que existe aquí y ahora. Soy aquí y ahora. Nada más.
Pero nuestra atención aparece dividida continuamente atendiendo a una serie de distracciones, generalmente pensamientos intrusivos, que tratan de capturar nuestra atención. De esta manera nos perdemos la realidad y las experiencias que ella nos aporta. Vamos al cine, pero no disfrutamos la película porque estamos dando vueltas a cien cosas en nuestra mente: la lista de la compra, echar la lotería, llevar al gato al veterinario, sacar los platos del lavavajillas, pedir cita en el dentista, etc.
Mindfulness no trata de eliminar los pensamientos intrusivos. Se trata de reconocerlos para elegir dónde ponemos nuestra atención, para que ellos no nos desvíen del foco en el que queremos centrarnos realmente. Trata de que seamos conscientes más que reactivos. Y en esa conciencia, en esa elección del foco de atención, es donde reside nuestra libertad.
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