Se
necesita un segundo para que todo cambie.
Un
segundo para que el paraíso se convierta en infierno.
He
pasado muchas veces por este infierno, tantas que parece un hogar. Pero emocionalmente
es tan duro que no sé si me quedan fuerzas para volver a pasarlo una vez más. O
peor aún, saber que pasaré pero a qué coste. Y pensar en las veces que tendré que
volver a pasar por ello. ¿Hasta cuándo?
Pero
mi espíritu se niega a rendirse. ¿Por qué?, me pregunto. ¿Por qué tanto empeño?
¿Está mi espíritu enamorado del infierno?
No,
más bien es amor a las creencias adquiridas: a mí me enseñaron que no había que
rendirse, y lo aprendí bien, tanto que aun sangrando y en carne viva sigo
aferrada al infierno. Me habría gustado que me enseñasen a parar. Me habría
gustado que me enseñasen a quererme lo suficiente como para reconocer cuándo es
suficiente.
Quiero
rendirme, pero la creencia me lo impide. Hasta ese punto tienen poder. El poder
que les dimos, el poder que les seguimos otorgando.
Solamente quiero dormir.
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