Mi
madre me ha llamado para darme la peor noticia posible: mi tía Anita tiene cáncer
de páncreas, y metástasis en hígado y sangre. El cáncer es muy agresivo y va
rápido. Me da la sensación de que no voy a llegar a despedirme, y eso me da
muchísima pena.
Desde
la noticia, no puedo dejar de llorar. Creo que estoy en schock y me siento
desconsolada. Yo esperaba otro diagnóstico, algo más esperanzador. Qué ingenua
soy a veces, qué estúpida.
No dejo
de pensar en ella y de recordar ciertos momentos. También pienso en el impacto
que su muerte va a tener en nosotros: creo que esto supone el fin de la
familia, porque ella era como una columna vertebral. Es más, sin ella, casi
pierde todo el sentido visitar el pueblo, porque verla a ella era una de las
grandes motivaciones de estas visitas. Su ausencia va a ser mucho más notable
que la de mis abuelos, y va a ser tan duro no verla en cada rincón de la casa…
Esta
semana tengo varios frentes abiertos a nivel emocional, pero esta noticia pesa
como una losa. Ahora mismo, nada tiene sentido en mi vida. Ni el presente, ni
el futuro. Ahora mismo, sólo existen el pasado y los recuerdos. Y en mi pasado
está ella, como lo estuvo Basi. Todos son recuerdos buenos, porque mi tía es la
bondad personificada. Es tan humilde, tan sencilla, tan sacrificada, tan
dedicada…Quizás ser así le haya pasado factura. Ocurre cuando te centras en los
demás y te olvidas de ti mismo. Pero, ése era el rol que se espera de una mujer
de pueblo, y ella cumplió bien con las expectativas.
Los
días que quedan son de preparación para una despedida. Pero, ¿cómo se despide
uno de un ángel? Eso es lo que ella era para mí: un ángel. Un ángel que se
marcha de mi vida. Otro más. Mi vida se está quedando “desangelada”.
En
realidad, debería sentirme contenta. Su alma ha terminado su paso por este
mundo y va a viajar por fin. Saldrá de esta dimensión y quizás se reúna con mis
abuelos, que estarán encantados de volver a ver a su Anita, y con mis tío Paco,
y con mis tías-abuelas, y con todos aquellos que se fueron hace tiempo y que no
conocí. Creo que será un bonito reencuentro. Supongo que cantarán jotas allá
donde se encuentren. En el pueblo siempre supieron vivir la vida despacio,
sencillamente, saboreándola.
Pero
para los que nos quedamos, la pérdida es muy grande, muy dolorosa. Es parte del
apego, y el apego pertenece a esta dimensión.
No sé
cómo voy a poder superar esto. Y como siempre, lo tengo que pasar sola. Y estoy
muy cansada. Y me da miedo volverme loca.
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