A veces me pregunto si la vida es una necia o es cruel. La vida no espera por nadie, sea cual sea la situación en la que te encuentres. Da igual lo débil, lo cansado, lo herido que estés. Ella sigue adelante sin mirar atrás, sin preocuparse de a cuántos y a quiénes deja en el camino. La vida no tiene compasión. O quizá es que se rige por la ley del Karma donde sólo se busca restaurar el equilibrio. El equilibrio es el fin y cualquier medida es necesaria, por eso ninguna acción es buena o mala en sí. Lo es para nosotros que la recibimos.
Así que la vida sigue adelante, como una cabra loca pizpireta, y nos obliga a seguirla. Pero para poder seguirla debemos sopesar nuestra carga. Cuando antes soltemos el lastre del dolor, antes nos pondremos en marcha, más ligeros viajaremos en nuestro camino. La otra opción, la del inmovilismo, es la muerte. Biológicamente estamos programados para sobrevivir. Así que cogemos nuestra carga y vamos avanzando, aunque sean unos metros nada más, aunque sólo sean un par de pasos, aunque tengamos que parar mil veces, aunque nuestro corazón esté atravesado por mil agujas.
Siempre he sido muy mala senderista de grupo porque suelo ser la más lenta, la que menos resistencia tiene, la que se queda rezagada. No sé exactamente a qué ritmo marcha la vida, pero no es el mío tampoco. Así que seguiré el camino, pero será a mi ritmo porque no puedo avanzar más deprisa. No es necesario seguirla inmediatamente. Hoy no al menos.
1 comentario:
Últimamente me desenvuelvo (no estoy seguro de que sea la palabra correcta) en medio de una multitud de mensajes que intento descodificar... Y el tema de que la vida no espera por nadie crea resonancias especiales en unos momentos de especial melancolía / bajo tono emocional en que puedo escuchar sin parar canciones como "Always on my mind" de Pet Shop Boys que quizá refuerzan mi cristalización (¿como un insecto en ámbar?) a apegos del pasado que paralizan y adormecen toda sensibilidad a la vida real, presente...
O en que leo con emoción el final de Los Hermanos Karamazov ("First and above all, be kind...") o el diálogo entre Iván y Alyosha sobre el sentido del dolor de los niños (http://hjg.com.ar/blog/xtras/ivan_aliosha.html -aviso a navegantes: este diálogo podría herir su sensibilidad... o exacerbarla-).
O en que veo a Krishnamurti hablar de que el amor es una llama sin humo que no tiene que ver con el pensamiento, el deseo o el placer sino que es compasión, una compasión que tiene su propia inteligencia... O sobre el fluir de la vida, del que forma parte la misma muerte de forma natural...
A lo mejor esa es la clave, ver con claridad todos esos apegos a los que nos agarramos con desesperación (y que intuimos que están en la base de nuestro sufrimiento) con tal de no fluir hacia lo desconocido... ¡Qué inmovilista es la mente que idea sustituciones e ideas sin parar con tal de seguir en el terreno de lo memorizado, del condicionamiento que encadena, del pasado conocido para no abordar una acción total que libere aunque implique internarnos por caminos nuevos! La cabra loca me parece entonces que es la mente, la que nos obliga a seguir despiadadamente los condicionamientos de la educación, de nuestra familia, de nuestra experiencia pasada... y no la vida. Pobre vida, que sólo quiere brillar para que salgamos de una vez de la caverna mental de nuestras proyecciones donde, verdaderamente, nos encadena y lastra el dolor del inmovilismo.
Y pienso en Don Antonio Machado y me identifico con cosas de su Retrato ("Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario [...] más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno [...] A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una [...] Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía") y cierro el círculo y coincido contigo en la importancia de viajar ligeros de equipaje (para mí es un buen programa para abordar la cuarentena, no acumular ya cosas ni experiencias sino cultivar el desprendimiento...) porque es lo único con sentido que cabe hacer:
"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar."
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