Es de la película "Las ventajas de ser un marginado". A pesar de que apenas recuerdo la película (y me gustó mucho), esa frase se me ha quedado grabada. A veces pienso en ella y me siento bien. Porque conozco esos momentos infinitos y cada uno de ellos me parece increíble.
He alcanzado ese estado muchas veces durante la relajación de la clase de yoga. También durante algún ritual o una meditación. A veces durante los estiramientos posteriores a una clase del gimnasio.
Pero alcanzar ese estado justo antes de una clase me parece mucho más sorprendente.
Son momentos perfectos porque mi interior está en calma.
No hay pasado, ni futuro, sólo presente.
No hay deseo, ni necesidad, ni dolor.
No hay dicha, pero tampoco tristeza.
No importa nada. No hay propósito.
Sólo estoy yo. Soy yo en estado puro.
Y me siento inmensa, como si pudiera ser capaz de trascender todos los límites y todas las dimensiones.
Me siento infinita.
Ocasionalmente, soy capaz de recibir mensajes.
A veces ese momento perfecto dura un segundo, apenas un destello.
A veces ese momento son 2 segundos, 3 segundos.
Otras, varios segundos encadenados, como las cuentas de un rosario, cada uno de ellos encerrando un instante perfecto.
A veces, con mucha suerte, el momento puede prolongarse minutos. Entonces se puede alcanzar un continuo.
A veces el momento se puede estirar, se puede intentar prolongar, pero también es como agua, y termina por escurrirse entre las manos. Y cuanto más lo intentas retener, más rápido se desliza. Hasta que desaparece.
Y luego la nada.
O el ruido.
La realidad.
A veces el momento se puede estirar, se puede intentar prolongar, pero también es como agua, y termina por escurrirse entre las manos. Y cuanto más lo intentas retener, más rápido se desliza. Hasta que desaparece.
Y luego la nada.
O el ruido.
La realidad.
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