Muchas veces he oído decir que la cocina es el corazón de toda casa. Creo que esta afirmación era más acertada en otros tiempos, en los que la vida en la cocina era más común, donde se pasaban muchas horas allí, incluyendo el tiempo entre fogones. Los tiempos han cambiado, también el uso de los espacios y la relación que tenemos con ellos. En mi caso, el corazón de mi casa es, sin duda, mi dormitorio.
Mi dormitorio es para mí mucho más que el lugar habilitado al reposo, o un lugar de encuentro para el "amor". Mi dormitorio es una especie de santuario, donde me relaciono con mis dioses y mis guías espirituales, pero es también un refugio, un lugar donde puedo guarecerme cuando siento la hostilidad del mundo, su crueldad, su frialdad, su indiferencia. Esto cada vez es más habitual, así que sí siento frecuentemente la necesidad de recogerme en ese lugar donde me puedo sentir consolada.
Consuelo es una palabra que viene mucho a mi cabeza últimamente (la otra sería paz). Quizás pienso demasiado, quizás mis pensamientos son tóxicos. El consuelo es una especie de sentimiento de lujo que no logro encontrar salvo pasado un gran tiempo arrebujada entre mis sábanas, muchas veces tras conseguir vaciar la carga de mi pecho en forma de ríos salados que empapan mi cara, mi pelo, y toda la franela que me cubre. Mi almohada sabe de mucho más sobre mis sueños, de mis anhelos, de mis frustraciones, y de mis lágrimas que este blog y que el diario personal que llevo. Ella es mi confidente, mi amiga, mi hermana, mi compañera fiel. Quitando un perro, no creo que haya nada más en el mundo tan dispuesto a pasar tiempo conmigo, a escucharme, a confortarme.
A veces pienso que solamente soy de verdad en los espacios tenebrosos. La persona social que conoce la mayoría de la gente no soy yo. No es simplemente una careta, más bien es un maquillaje, algo que toma mi esencia, la cubre, y camufla aquellas cosas que no quiero que se conozcan. Como un payaso. Eso soy yo, un payaso. La gente ríe conmigo, pero no conocen de mis sombras, ni quieren (tampoco mis luces). Algunos las intuyen, otros han visto parte de ellas, pero las auténticas sombras son aquellas que muestro a cara descubierta en ese espacio donde puedo dejar de fingir la fortaleza, la alegría, la simpatía, el coraje, donde no tengo que relacionarme con nadie, donde puedo romperme en los mil pedazos en que he quedado fragmentada tras un día en el mundo "real". Es allí donde puedo evadirme entre pensamientos neptunianos, donde puedo buscar unicornios, donde la fantasía puede aliviar el dolor que me causa tanta dosis de realidad, donde puedo encontrar ese abrazo cálido que necesito a diario y que no encuentro.
Se me ocurre la base de un cuento: una mujer que se arrancó el corazón de cuajo y lo escondió en un lugar oscuro y seco de su dormitorio. Sin corazón, esa mujer era pura lógica y razocinio, cruel y fría. La gente la llamaba "bruja", pero en realidad ella había decidido dejar de sufrir, dejar de que las cosas le importasen tanto; había decidido cortar lazos con el mundo; había decidido esperar la muerte. Pero cada vez que llegaba a casa, se encerraba en su habitación, y abría ese cofre que guardaba su tesoro más preciado: un corazón rojo, de colores vivos y brillantes, que latía con la pulsión de la vida y el amor, puro. Un corazón que nadie más valoraba, sólo ella. Sabía que un día alguien llegaría a su espacio secreto, encontraría su corazón, y lo apuñalaría. Era cuestión de tiempo. Eso ya había ocurrido en el pasado, ahora estaba preparada. La gente celebraría la muerte de la bruja esa noche, pero el cielo lloraría por la pérdida de un corazón tan hermoso.
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