En una reciente conversación una persona mencionó el odio. Aquello me hizo pensar en las veces que he sentido odio y no di con ninguna. No quiero decir que jamás lo haya experimentado, simplemente digo que no lo recuerdo. Si todas las personas somos capaces de experimentar todas las emociones, yo debería ser capaz de sentir el odio.
En mi mente, el odio debe ser una emoción tremendamente fuerte e intensa, de esas que te hacen arder las vísceras y te consumen por dentro. Recuerdo la ira, pero no recuerdo el odio. Si el odio es opuesto al amor, debería ser de igual grado. Pues no recuerdo nada parecido. Ni siquiera las veces en que tenía motivos para odiar he sentido odio hacia la persona que me estaba causando daño.
Recuerdo los días de Ariel y lo mal que me lo hizo pasar, y jamás sentí odio hacia él. Sentí angustia, sentí hartazgo, sentí injusticia, sentí impotencia, sentí rabia, sentí desvalorización. Pero no odio. Al revés, le veía como una persona con un gran complejo de inferioridad (no frente a mí, sino en general), que necesitaba machacar a la gente para sentirse mejor. Llegué a sentir pena por él. Qué mierda es a veces la empatía.
He buscado la definición de odio: "Sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia". ¿Sentía yo deseos de hacer daño a Ariel? No. Yo sólo quería salir de aquella situación. Incluso cuando se destapó el fraude del monedero, tampoco me alegré. Y sí, he hecho daño a gente a alguna vez, pero no ha sido por odio, sino al contrario, movida por el dolor de sentirme lastimada, herida, abandonada, traicionada.
Y qué curioso que me haya venido Ariel a la cabeza al pensar en la persona que más daño me ha hecho, y que no haya salido Diego primero. U otras personas que han estado más próximas a mí. Ariel a fin de cuentas, era una persona externa a mi mundo. Quizás me importara su opinión en aquel momento, pero no sentía estima por él. No así con los otros casos. Creo que debería reflexionar sobre esto un poco más porque hay más miga de la que se ve a simple vista.
En mi búsqueda sobre la naturaleza del odio también he encontrado una especie de explicación en un blog sobre emociones muy próximas: rabia, ira, odio y cólera. La rabia tiene como finalidad que la dificultad o el obstáculo que se interpone entre lo necesitado y la persona deje de ser operativo; la intención no es eliminar o destruir, sino de que deje de interponerse. En la ira sí hay intención de eliminar o destruir el “objeto” frustrante. En el odio hay un componente claro de destrucción del objeto de deseo. Por último, la cólera vendría a ser un impulso destructivo intenso e indiscriminado contra todo.
¿Será que estoy confundiendo las emociones? ¿Será que solamente se puede odiar aquello que se ama? Si no odias, ¿no amas? Creo que esta pregunta es absurda porque para mí el opuesto al amor es el miedo (a lo Jung). Y miedo siento un montón, muy frecuentemente. Quizás el odio es una parte del miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a lo incomprendido, miedo a lo diferente, miedo a reconocer que todo ello está en nosotros igualmente. En ese sentido sí reconozco aversión a ciertas personas, algo realmente intenso, pero jamás llega al punto de querer hacer daño.
O puede que esté reprimiendo mi deseo de daño deliberadamente: un mecanismo de defensa que ata a la psicópata que llevo dentro. ¿Será que no busco el daño porque mis creencias me lo impiden?
Aunque pensándolo bien, creo que sí siento odio por alguien: por mí misma.
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