En mindfulness (en metafísica también) se habla del "principio de impermanencia": todo cambia a nuestro alrededor de manera constante. No se puede detener ese cambio, porque el cambio es intrínseco a la propia vida. El movimiento es vida, y el cambio es movimiento. La oposición a ese cambio, algo que llamamos apego, sólo genera sufrimiento. Nuestro trabajo personal pues se centra en aceptar el cambio y fluir con la vida.
Los cambios también afectan particularmente a nuestros círculos sociales. Los círculos que creamos de niños, y que creemos de hierro, se van disolviendo como el azúcar en el agua, o se rompen bruscamente ante un suceso inesperado. Al ser seres sociales, estos círculos son sustituidos por unos nuevos, constituidos por gente nueva que casa más con la persona que somos en el presente. Suena lógico, en el sentido de que si cada uno de nosotros evoluciona con el tiempo, cambian también nuestras ideas, valores, preferencias...Y dado que evolucionamos individualmente, parece normal que nuestros caminos diverjan de aquellos que compartieron una vez nuestro círculo. A veces el círculo no desaparece por completo, y quedan remanentes del mismo, sostenidos por lo que un conocido etiquetó una vez como "fuerzas de van der waals".
Las filias se transforman y traen nueva gente. A veces esta nueva gente aparece de la forma más insospechada, cuando no lo esperas. Hay gente por la que no das un duro, con la que inicialmente no encuentras afinidad, y de repente se han convertido en personas importantes y han creado un círculo. O por lo menos un dipolo. Y aunque sabes que la unión va a ser temporal, sonríes porque te acompañan en un tramo de tu vida, un tramo de tu propio camino. Porque nacemos y morimos solos.
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