"No seas tan intransigente", me dijo mi amiga Alicia el viernes noche. Ése fue su comentario a mi queja por una situación que viene repitiéndose las últimas ocasiones que quedamos el grupo de las "Arpías". Me molesta particularmente la actitud de una de ellas que convoca para cenar y luego se descuelga y nos deja plantadas.
Alicia no me recriminaba exactamente por mi opinión, porque concede en que llevo razón, pero ella tiene una actitud mucho más conciliadora que la mía, que pasa por aceptar todo sin criticar para no tener problemas. Esto tiene su origen en una cena a la que yo no asistí y que casi acaba como el rosario de la aurora. Desde entonces la sintonía del grupo no es la que solía ser. Y la verdad, demasiada sintonía hemos tenido con lo diferentes que somos todas. Pero ser diferente no impide que podamos relacionarnos. Lo contrario es sólo una excusa. Las amistades, como cualquier relación, hay que trabajarlas y esforzarse por ellas. Toda relación, en realidad, es un ejercicio de voluntad.
El comentario de Alicia me hizo parar y preguntarme: ¿Soy intransigente? Posiblemente sí. Me molesta la gente que siempre trata de que los demás se plieguen a sus necesidades sin considerar las de los demás. Me molesta la gente que piensa que sus obligaciones son más importantes, que su tiempo es más valioso. Me molesta tener que ceder siempre yo por la armonía general. Soy intransigente por oposición a la actitud pasiva que solía tener en el pasado. Yo tragaba con todo por no molestar, por no fastidiar, por no crear conflictos. A cambio sólo conseguía impotencia y cierto abuso, consentido, pero abuso al fin y al cabo. Con el tiempo me he ido yendo al otro extremo, aunque no creo que me haya posicionado del todo en el mismo. Ahora tengo menos problemas en ir al conflicto si es necesario para poner límites. Que los adultos también necesitan que les pongamos límites, y bien claritos para que no haya dudas. A los adultos también hay que educarlos.
En el futuro estoy segura que recordaré la advertencia de Alicia, porque me ha calado. Sé que debería ser más asertiva en la forma de plantear las cosas, pero no puedo evitar cierta visceralidad que me lleva al lado agresivo. Además yo aguanto y aguanto, pero cuando rebaso el límite, exploto y suelto por mi boca sapos y culebras, todo lo que he ido guardando en la recámara. Y hay que joderse, qué hábil es la mente para recordar detalles en esos momentos, y qué bien hilvana todo. Todo al servicio del ego.
Hay una frase de Buda que dice: "Todo lo que te molesta de otros seres, es solo una proyección de lo que no has resuelto de ti mismo". Pues estoy jodida porque me molestan muchas cosas. Tengo que trabajar más la aceptación. No sé cómo hacerlo. Y ante todo esto yo me pregunto: ¿dónde acaba la aceptación y empieza el abuso? ¿Es todo una cuestión del ego? Si todo es una proyección, ¿si trabajo la aceptación cambiará la actitud de los demás por resonancia?
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