Una de las calles de acceso al trabajo alberga un pequeño cenotafio en una de las farolas que alumbra la calzada. Se trata de un pequeño homenaje compuesto de una foto, unas velas, y unos ramos de flores de plástico. El cenotafio siempre está cuidado: cuando las velas se consumen o los ramos amarillean por el sol, se renuevan por otros nuevos. Jamás se ve la mano que lo cuida, con esa devoción que me resulta entrañable. La foto representa un chico joven con una moto de cierta cilindrada, con una montaña a sus espaldas. Seguramente fue el chico que perdiera la vida contra esa farola.
Siempre que paso por la calle, el cenotafio capta mi atención. Resulta un contraste contra el cemento y el acero de la zona. Es algo cálido aunque trágico. Me hace pensar no tanto en el fallecido, sino en la persona que vela por el recuerdo. Hay mucho amor en esos cuidados, mucha nostalgia. En cierta forma, me pone triste, pero a la vez me parece hermoso saber que alguien sigue recordando. Me pregunto por cuánto tiempo y con qué intensidad. Quizás lo más fácil sería olvidar. Posiblemente también lo más sano. Probablemente irremediable. Pero ¿quién lo sabe con certeza?
Mientras tanto, el cenotafio se mantiene orgulloso, apuntalado por el amor de esa persona que lucha contra el paso del tiempo y contra el olvido.
1 comentario:
Yo estaba allí el día del accidente. Era la hora de entrar a la oficina y creo que era verano. No lo vi pero pasé cuando estaban los equipos de emergencia y quiero evitar abundar en detalles escabrosos pero había un cuerpo cubierto con un plástico metálico amarillo y sangre en la acera, cerca de una moto volcada. En cuclillas en la calle un conductor de coche en shock atendido por los sanitarios también. El coche debió arrollar a la moto y quizá el motorista se golpeó con la farola, nunca sabré qué pasó exactamente pero ese tramo de calle nunca me ha parecido especialmente peligroso. Pocas veces he visto la muerte tan de cerca. La impresión fue muy fuerte y pensé en el chico todo el día y cada día al pasar por allí. En seguida pusieron las fotos y había velas también los primeros días. Yo evitaba pisar aquella acera, me sentía incapaz por el respeto que me imponía. Es evidente que esa persona era muy amada y su pérdida debió causar un dolor extremo a los suyos; me consuela ver que su familia mantenga vivo el recuerdo de algo que tal vez nunca debió pasar. Y sin embargo, hay que aprender a aceptar cosas así...
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