Hace unos minutos que he sabido que mi tío Paco, el hermano mayor de mi madre, ha fallecido. Desde entonces no puedo dejar de llorar. Algo sorprendente cuando no me sentía especialmente unida a él. Había cosas que no me gustaban de su forma de ser, especialmente esa forma de ser tan conservadora y tan machista, fruto sin duda de la época que le tocó vivir: el mayor de cuatro hermanos, criado en la guerra y la postguerra por sus abuelos y tías, yendo a trabajar al campo desde muy joven, cumpliendo con las normas de la sociedad, y peor aún, de un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce y todo el mundo comenta. Pero ahora mismo sólo me vienen a la cabeza cosas bonitas sobre él, cosas que tampoco he valorado mucho.
Mi tío adoraba cantar. Jota aragonesa, por supuesto. Y también le gustaba que la gente le escuchase cantar, porque él creía que cantaba bien. Cuando era más joven cantaba mejor, claro. Además él discurría (como decía él) sus propias jotas. En realidad mi tío tenía gusto por la música. También tocaba la bandurria y la armónica, que aprendería de oído cuando fuera joven, porque entonces no había muchos maestros.
Durante una temporada le dio por escribir. Escribió la historia de un personaje llamado Cirilico, que estaba basada en su propia vida. Lo poco que leí eran las anécdotas que él recordaba del pueblo de cuando era joven, y también las de su padre y las de su abuelo. Son historias muy rurales, como él, como era su mundo. Juraría que llegó a completar la historia, escrita a mano, aunque no sé qué habrá sido del legajo. Estará perdido junto con sus jotas. Me resulta un poco trágico haber dedicado tiempo a algo que no va a perdurar. Lo hacemos todos, pero ¿qué sentido tiene? Supongo que entretenernos mientras tratamos de vivir.
Como agricultor, era capaz de predecir el tiempo viendo las nubes del cielo. A mí eso me flipaba un poco. También se empeñaba en contarnos cómo se hacía un injerto, pero a mí no me interesaba mucho. Yo venía de la ciudad y me importaba poco la vida de campo. Un auténtico choque cultural. Quizás arrogancia por mi parte. Pero ahora lo recuerdo subido al tractor, yendo a Ludón o Alquicón a cuidar de sus arbequines, sus almendros y sus cerezos. Hacía tiempo que ya no los visitaba, por temas de salud. Se habrán echado a perder. Eso le dolía. Al menos por un tiempo le dolió.
Recuerdo una vez que fuimos a Alquicón con él, y nos puso a recoger las almendras del suelo. Casi lo mato por darnos esa tarea tan ingrata. Ni una almendra nos dio. Ni las gracias. Pero se quedó la anécdota.
Mi tío tenía también cierto ingenio aplicado a resolver sus problemas cotidianos. Él mismo se creó una red para coger las olivas vareadas, y modificó su remolque (no recuerdo para qué), y hasta ideó un sistema para ponerse los calcetines, ya que no podía agacharse para ponérselos.
Mi tío también era muy devoto. Algo exagerado. No sé si realmente creía o era por tradición. Conocía bien la Biblia. Lo que sí sé es que también tenía gusto por lo sobrenatural, por algún comentario que recuerdo de mi prima Marisa, aunque no es una cosa que expresase muy abiertamente. Quizás pensaba que era pecado o que era tentar al diablo. Lo que sí fue capaz en sus últimos minutos de vida fue darse cuenta de que iba a morir, y se encomendó a Dios antes de fallecer. Hay que agradecer que falleciese tan rápidamente. Como enfermo crónico habría sido un dolor de cabeza. Aun así sorprende lo rápido del desenlace. Ingresado por un fémur roto en el hospital, fallecido en tres escasos días. Ahora sé que la caída, y las caídas anteriores eran una señal que nadie supo ver. Pero "lo ha hecho bien" con el timing. Mañana es fin de semana y no hay que hacer cambalaches para poder ir al entierro.
Le recuerdo últimamente paseando por el patio de su casa, con sus muletas, acompañado de uno de los gatos, mientras las mujeres nos quedábamos charlando en la cocina. Tiempo atrás, sobre todo en verano, tenía la puerta de la casa siempre llena de gente que iba a visitarlo. La típica actividad del pueblo de tomar la fresca y hablar de sus cosas. Nos decía: "sácate una silla". Entrábamos, cogíamos una silla, y nos quedábamos allí escuchando lo que los adultos, especialmente los del pueblo tenían que contar. Y siempre quería que comiésemos algo de merendar, aunque ya lo hubiésemos hecho, o aunque fuéramos a cenar enseguida.
Le recuerdo también llorando en el entierro de su padre y su madre. Era muy sensiblero, como todos los hombres de la familia.
Supongo que esta tarde cuando vaya al pueblo me vendrán muchos más recuerdos, recuerdos que seguramente guardo muy en lo profundo de mi memoria. Recuerdos que me harán llorar. Lo que más me apena es saber quién le recordará. Su mujer, seguro (qué pena me da ahora que se queda sola), quizás sus hermanas. Pero luego su recuerdo se borrará, como el de tantos otros que le precedieron. Sé que es algo natural, pero me parece tan triste.
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