Gracias a Serrat conocí a Antonio Machado. Su álbum "Dedicado a Antonio Machado, poeta" me acompañó en la infancia. Uno de mis álbumes favoritos. Entre aquellas hermosas canciones, siempre me gustó "A un olmo seco", en particular sus últimos versos:
"Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera."
Su significado sólo pude comprenderlo ampliamente cuando llegué a Literatura.
Entre otras cosas, Machado esperaba el milagro de la vida para su amada Leonor.
Ese milagro jamás llegó. Sin embargo, el olmo reverdecía.
Creo que los milagros ocurren, pero no siempre son los que esperamos, no siempre los reconocemos, no siempre los apreciamos.
El otoño pasado las tormentas desgarraron un árbol en la plaza del aparcamiento.
Afortunadamente sólo destrozó un coche. Puede que estuviera enfermo, cosa que no me extraña, dada la negligencia de los jardineros. A raíz de aquello talaron también otro árbol vecino, para regocijo del portero del garaje, que consideraba que esto le quitaría hojas de barrer. Entiendo su punto de vista, pero no lo comparto. Si no fuera por los árboles, Madrid sería una ciudad inhóspita, árida, un infierno de cemento y cristal.
Ayer pasé junto al tocón tronchado. Se ha convertido en una especie de cenicero improvisado (la gente es tan cerda), pero también se ve cubierto de unas pequeñas ramas verdes que brotan del mismo. Es una gratísima sorpresa. Un milagro de primavera.
La vida siempre encuentra un camino, como si fuera agua.
La vida tiende a preservar la vida.
La vida continua.
"Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera."
Su significado sólo pude comprenderlo ampliamente cuando llegué a Literatura.
Entre otras cosas, Machado esperaba el milagro de la vida para su amada Leonor.
Ese milagro jamás llegó. Sin embargo, el olmo reverdecía.
Creo que los milagros ocurren, pero no siempre son los que esperamos, no siempre los reconocemos, no siempre los apreciamos.
El otoño pasado las tormentas desgarraron un árbol en la plaza del aparcamiento.
Afortunadamente sólo destrozó un coche. Puede que estuviera enfermo, cosa que no me extraña, dada la negligencia de los jardineros. A raíz de aquello talaron también otro árbol vecino, para regocijo del portero del garaje, que consideraba que esto le quitaría hojas de barrer. Entiendo su punto de vista, pero no lo comparto. Si no fuera por los árboles, Madrid sería una ciudad inhóspita, árida, un infierno de cemento y cristal.
Ayer pasé junto al tocón tronchado. Se ha convertido en una especie de cenicero improvisado (la gente es tan cerda), pero también se ve cubierto de unas pequeñas ramas verdes que brotan del mismo. Es una gratísima sorpresa. Un milagro de primavera.
La vida siempre encuentra un camino, como si fuera agua.
La vida tiende a preservar la vida.
La vida continua.
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