Ayer saltaba en las noticias que la doble campeona del mundo de ajedrez, la ucraniana Anna Muzychuk, renunciaba a competir en el mundial que tendrá lugar esta semana en Arabia Saudí. Una cuestión de principios, según sus palabras en facebook:
«En unos pocos días voy a perder dos títulos de campeona mundial, uno tras otro. Solo porque he decidido no ir a Arabia Saudí. No jugar con las reglas de otro, no llevar abaya, no ser acompañado al salir y no sentirme una criatura de segunda. Hace exactamente un año gané estos dos títulos y era la persona más feliz del mundo, pero esta vez me siento realmente mal. Estoy lista para defender mis principios y saltarme el torneo, donde en cinco días esperaba ganar más que en una docena de torneos juntos. Todo eso es molesto, pero lo más inquietante es que no le importa realmente a casi nadie. Este es un sentimiento realmente amargo, pero no tanto como sería cambiar de opinión y de principios. Igual para mi hermana Mariya y estoy muy feliz de compartir sus puntos de vista. Y sí, para esos pocos que se preocupan, ¡volveremos!».
Su renuncia ha causado un gran impacto en el mundillo del ajedrez. No en vano, quien renuncia es una campeona, lo cual hace que la competición pierda cierto brillo (con respeto a todas las demás participantes). Pero lo más controvertido es sin duda el tema cultural: negarse a pasar por las costumbres del país anfitrión.
Esta negativa ha generado muchos comentarios a favor de la decisión, tanto de mujeres como de hombres. Algunos agradecen el gesto como modelo de reivindicación para las mujeres frente a una sociedad que desprecia a las mismas. Otros apoyan la decisión, pero no es más que una forma de reafirmación en el enfrentamiento soslayado entre oriente y occidente. También ha recibido comentarios que la tildan de racista, entre otros improperios. En realidad ¿se puede considerar como poco una falta de respeto?
La línea es muy fina y hay muchas variantes. Por un lado, parece extraño celebrar un mundial en un país de dudosa reputación, y donde las exigencias a los participantes son muchas (por ejemplo, parece que también hay ciertos vetos a los jugadores de ciertas nacionalidades). Cuestión de dinero, dicen. Y donde hay dinero, muere la ética. Pero también es verdad que la celebración de estos campeonatos ayuda a que este deporte (me cuesta llamar deporte al ajedrez, la verdad) se introduzca en el país. Esto tiene mérito: el ajedrez requiere pensamiento y estrategia, y pensar es un acto de libertad en sí.
Sea como sea Anna es muy libre de tomar su decisión sea cual sea. A mí me parece una decisión valiente el renunciar a un título por tus principios, habida cuenta la presión que habrá recibido para reconsiderar su posición. Esto sin embargo, no invalida, en mi opinión, la postura de otras ajedrecistas para competir. No las hace peores personas, ni menos feministas. Cada uno tiene sus criterios y sus prioridades. Cada uno elige también las batallas que libra. Tampoco esta decisión hace de menos a los participantes masculinos que acuden al campeonato, aunque bien es cierto que la presión para ellos no es tan grande como para ellas.
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