Hace unas semanas rechazaba una oferta de trabajo bastante suculenta. Era una gran oportunidad profesional y una mejora económica considerable. Aun así pensé que quería también una vida, una vida donde el trabajo no lo fuera todo, y la rechacé. Ocasionalmente me pregunto si no me equivoqué.
El lunes, antes de coger el avión, me llama un compañero de trabajo para decirme que se va de la empresa. En su caso las motivaciones son fundamentalmente económicas, aunque también hay cierta necesidad de reconocimiento no remunerada. Se nos olvida que todo contrato tiene una parte de remuneración psicológica que es importante, pero que suele ser ignorada sistemáticamente. Parece mentira que esto lleve descrito años, y que las empresas sigan pasándolo por alto.
Al momento de enterarme me pongo triste. No se va solamente un compañero, se va uno de mis mejores amigos del trabajo. Entonces me pongo en mi eneatipo 6 y empiezo a sentirme profundamente traicionada. Quizás lo veo como un ataque al sistema, a mi sistema, al estatus quo existente. Su marcha hará que todas las energías cambien alrededor y haya que adaptarse. O quizás lo veo como un nuevo abandono en mi cuenta. Lo veo como alguien que se acercó mucho, para ahora marcharse. Acabo de perder a mi compañero de comida, a uno de mis confidentes, a alguien que me animaba, a alguien que pensaba bien de mí. No es una pérdida cualquiera.
Sea como sea, llegados a ese punto, la empatía no existe: he desconectado de la tristeza de mi amigo, y sólo siento el dolor de la traición. Acabo de levantar un muro entre él y yo. Un muro de protección para mí. Él querrá acercarse, pero no le voy a dejar, no mientras yo me sienta herida. Y pondré todas las excusas que sean necesarias para mantenerlo a distancia, intentando que se note poco. Aunque si se nota, no importa. Quizás eso termine por alejarlo del todo. Así la transición será más rápida, y podré desapegarme del todo. El desapego, junto con la indiferencia, es una forma de muerte.
Últimamente soy testigo de pequeñas traiciones por parte de gente cercana. Supongo que ellos no saben de su traición, y yo no se lo voy a manifestar verbalmente. Mi comportamiento podría ser suficiente mensajero. Algunas traiciones son más perdonables que otras, y de ello depende la velocidad de la vuelta a la "normalidad". Algunas son simplemente insalvables, porque la afrenta es enorme a mis ojos (el resto del mundo pensará que exagero).
Pero incluso en el caso de restauración, creo que jamás se retorna a un estado completo: la cicatriz es un recordatorio de lo que un día se rompió. Jamás volverá a ser igual, por mucho que la fisura sea imperceptible. Es un punto de falla latente.
Me gustaría pensar que eso no va a pasar con mi amigo. Pero sé lo que suele suceder: es difícil mantener el contacto a posterioridad. Se crean vidas nuevas, agendas nuevas círculos nuevos, y dejamos atrás lo viejo, lo que ya no sirve. En cierta forma, es mejor así. Es ese dinamismo lo que mueve la vida. Aunque yo pierda un amigo.
Porque creo que a la gente no le duele perderme.
El lunes, antes de coger el avión, me llama un compañero de trabajo para decirme que se va de la empresa. En su caso las motivaciones son fundamentalmente económicas, aunque también hay cierta necesidad de reconocimiento no remunerada. Se nos olvida que todo contrato tiene una parte de remuneración psicológica que es importante, pero que suele ser ignorada sistemáticamente. Parece mentira que esto lleve descrito años, y que las empresas sigan pasándolo por alto.
Al momento de enterarme me pongo triste. No se va solamente un compañero, se va uno de mis mejores amigos del trabajo. Entonces me pongo en mi eneatipo 6 y empiezo a sentirme profundamente traicionada. Quizás lo veo como un ataque al sistema, a mi sistema, al estatus quo existente. Su marcha hará que todas las energías cambien alrededor y haya que adaptarse. O quizás lo veo como un nuevo abandono en mi cuenta. Lo veo como alguien que se acercó mucho, para ahora marcharse. Acabo de perder a mi compañero de comida, a uno de mis confidentes, a alguien que me animaba, a alguien que pensaba bien de mí. No es una pérdida cualquiera.
Sea como sea, llegados a ese punto, la empatía no existe: he desconectado de la tristeza de mi amigo, y sólo siento el dolor de la traición. Acabo de levantar un muro entre él y yo. Un muro de protección para mí. Él querrá acercarse, pero no le voy a dejar, no mientras yo me sienta herida. Y pondré todas las excusas que sean necesarias para mantenerlo a distancia, intentando que se note poco. Aunque si se nota, no importa. Quizás eso termine por alejarlo del todo. Así la transición será más rápida, y podré desapegarme del todo. El desapego, junto con la indiferencia, es una forma de muerte.
Últimamente soy testigo de pequeñas traiciones por parte de gente cercana. Supongo que ellos no saben de su traición, y yo no se lo voy a manifestar verbalmente. Mi comportamiento podría ser suficiente mensajero. Algunas traiciones son más perdonables que otras, y de ello depende la velocidad de la vuelta a la "normalidad". Algunas son simplemente insalvables, porque la afrenta es enorme a mis ojos (el resto del mundo pensará que exagero).
Pero incluso en el caso de restauración, creo que jamás se retorna a un estado completo: la cicatriz es un recordatorio de lo que un día se rompió. Jamás volverá a ser igual, por mucho que la fisura sea imperceptible. Es un punto de falla latente.
Me gustaría pensar que eso no va a pasar con mi amigo. Pero sé lo que suele suceder: es difícil mantener el contacto a posterioridad. Se crean vidas nuevas, agendas nuevas círculos nuevos, y dejamos atrás lo viejo, lo que ya no sirve. En cierta forma, es mejor así. Es ese dinamismo lo que mueve la vida. Aunque yo pierda un amigo.
Porque creo que a la gente no le duele perderme.
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