Muchas veces nos quejamos de que la vida no nos da nada. Esta afirmación no es correcta. La vida nos da, pero a veces no nos damos cuenta de las cosas que recibimos porque no prestamos atención, porque estamos esperando otras cosas, y porque muchas veces ni siquiera nos permitimos recibir. Existe una falsa creencia de que recibir es malo, como si fuera algo egoísta, algo indigno, algo malo. Pero dar sin recibir nos deja vacíos. Así que cada mañana me repito que estoy abierta a recibir las bendiciones que el universo tenga para mí.
Esta semana pareciera que mi mantra funcionase. El lunes recibí una camiseta de mis socios eslovenos, una especie de regalo de Navidad pasado. Me hizo muchísima ilusión, porque no estoy acostumbrada a estos gestos. El martes, mi jefe me regalaba unos calendarios de bolsillo de gatos, porque sabe que me encantan. Entonces se me ocurrió pensar que estaba en una fase de recibir, lo cual me encanta. Más que recibir en sí, lo que me gusta es darme cuenta de que estoy recibiendo. Esto sí es un poco egocéntrico, porque me hace sentir retribuida, pero no sé si es un sentimiento correcto. Ahora quiero saber si estoy también estoy dando en consonancia. Pero no quisiera dar simplemente porque me sienta obligada, porque esto ayude a aumentar mi dharma de alguna manera. Me gustaría dar altruistamente, de corazón.
El caso es que a veces las cosas llegan a uno de manera curiosa. Recibir no significa que tenga que ser gratis, al igual que dar tampoco tiene por qué ser gratis. Hoy, sin ir más lejos, salía de hacer la compra cuando un señor me ha abordado en el camino. Me preguntaba si yo usaba cuchillos de cerámica y terminaba explicándome que le habían embargado la ferretería y estaba intentando vender sus artículos por la voluntad. Le he comprado un juego de cuchillos, no sé muy bien por qué. Por una lado he pensado: de buena soy tonta (yo y mi empatía). Pero a la vez algo dentro de mí sentía que tenía que ser así.
Así que ahora tengo un juego de cuchillos de cerámica muy chulos que merezco tener, pero no tengo ni la más remota idea de para qué los quiero. ¿Qué hacer en ese caso? Pues dar las gracias y aceptarlos. Gracias, querido Universo, tú sabrás mejor qué tienes pensado para mí. Lo acepto con ilusión y gratitud. Tú y yo somos uno.
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