Hace tres años abrí una cuenta en una conocida página de matchmaking. Tuve la idea de que me convenía conocer gente para no quedar atrapada en una historia sinsentido. Una vez más, mi intuición tenía razón. Pero no recuerdo por qué me decidí por esta vía, ya que jamás antes había hecho algo así. Un mes más tarde, mi amiga América me recomendaba otra página gratuita que usaba ella.
Al principio seguí los pasos que indicaban sendas páginas: abrir el perfil y empezar a curiosear. Y pronto me dí cuenta de que este medio no era para mí.
Me sorprende que a tantas personas les funcione, pero está claro que tienen una personalidad diferente a la mía. Digamos que tengo carencias para el juego: soy tímida, soy muy cautelosa con los hombres, y no soy nada lanzada. Por no decir que soy la típica chica a la que nadie ve, la mujer invisible, la chica violeta. Aun así, recibí algunos mensajes, cosa que agradezco porque yo jamás podría iniciar el contacto. Pero la mayoría de los intentos fueron fallidos porque la demanda de la gente es exagerada. A ver, yo no concibo estar metida en chats todo el día, como si no tuviese nada más que hacer. Buscar el amor es importante, pero conservar mi trabajo también. Alguno se molestó por no ser más activa. "Sosa" me llamaron. Si supieran que en realidad soy asíncrona multicanal, como decía Dani...
Otro problema que encuentro en estas plataformas son los perfiles. No nos damos cuenta de la cantidad de información que damos sin pretenderlo. Todo el mundo intenta ser guay para llamar la atención y dar su mejor imagen: las mejores sonrisas, las actividades más interesantes, los lugares más exóticos... pero la mayoría de las veces no se consigue. Quizás soy yo demasiado exigente (no digo que no), pero las cosas que veía me echaban para atrás que atraerme, esas cosas que no se ven a simple vista, esas intuiciones, esas primeras impresiones. Bastaba con ver la foto, no porque fueran feos o poco agraciados, sino por lo que transmitían en ellas sin querer. Y seguramente eran personas encantadoras e interesantes, pero la información que recibía no me animaba a conocerlos. A veces conseguía traspasar mis prejuicios y llegar a leer a los perfiles, y casi era peor. Había de todo, mucho corazón herido disfrazado de perdonavidas, muchos requisitos imposibles de satisfacer, mucha frase lapidaria.
Lo que más me repelía era la vergüenza ajena que sentía. Pensaba que ya es duro que normalmente te ninguneen para ser ninguneado ampliamente online por un grupo más numeroso. No me gustaría saber lo que mi perfil podría suscitar. Indiferencia sobre todo, supongo. Y eso que jamás mencioné que me encanta el esoterismo, la metafísica o las terapias alternativas.
De mi experiencia recuerdo tres casos concretos. El primero un chico de Madrid con el que supuestamente tenía una alta compatibilidad. A los dos nos gustaba el metal, las cervezas, y las series. Me pareció que merecía la pena conocernos. Quedamos. Me pareció muy majete, pero no sentí ninguna química. Es malo ir a estos sitios cuando estás ya enamorado o cuando tienes el corazón roto (o ambas cosas a la vez).
El segundo era un chico de Sevilla con el que crucé varios mensajes. Él estaba empeñado en que nos conociéramos, pero yo no quería relaciones a distancia. Insistió, pero lo tenía muy claro. Bastante sé de distancias como para saber que no iba a funcionar.
El último fue un masajista de Madrid. Muy lanzado. Demasiado. Me acojoné y corté la conversación.
Desde entonces nada. Tampoco tenía motivación. Yo estaba en otra historia.
Pero hoy he vuelto a entrar en una de las cuentas por curiosidad. Quería saber si mi percepción había cambiado. En absoluto. Sigo sintiendo la misma vergüenza ajena, el mismo recelo, el mismo reparo. Sé que tampoco era el mejor momento, tengo que cerrar heridas primero y tengo que reconstruir mi autoestima. No será en el corto plazo. Ni siquiera lo veo factible.
Al principio seguí los pasos que indicaban sendas páginas: abrir el perfil y empezar a curiosear. Y pronto me dí cuenta de que este medio no era para mí.
Me sorprende que a tantas personas les funcione, pero está claro que tienen una personalidad diferente a la mía. Digamos que tengo carencias para el juego: soy tímida, soy muy cautelosa con los hombres, y no soy nada lanzada. Por no decir que soy la típica chica a la que nadie ve, la mujer invisible, la chica violeta. Aun así, recibí algunos mensajes, cosa que agradezco porque yo jamás podría iniciar el contacto. Pero la mayoría de los intentos fueron fallidos porque la demanda de la gente es exagerada. A ver, yo no concibo estar metida en chats todo el día, como si no tuviese nada más que hacer. Buscar el amor es importante, pero conservar mi trabajo también. Alguno se molestó por no ser más activa. "Sosa" me llamaron. Si supieran que en realidad soy asíncrona multicanal, como decía Dani...
Otro problema que encuentro en estas plataformas son los perfiles. No nos damos cuenta de la cantidad de información que damos sin pretenderlo. Todo el mundo intenta ser guay para llamar la atención y dar su mejor imagen: las mejores sonrisas, las actividades más interesantes, los lugares más exóticos... pero la mayoría de las veces no se consigue. Quizás soy yo demasiado exigente (no digo que no), pero las cosas que veía me echaban para atrás que atraerme, esas cosas que no se ven a simple vista, esas intuiciones, esas primeras impresiones. Bastaba con ver la foto, no porque fueran feos o poco agraciados, sino por lo que transmitían en ellas sin querer. Y seguramente eran personas encantadoras e interesantes, pero la información que recibía no me animaba a conocerlos. A veces conseguía traspasar mis prejuicios y llegar a leer a los perfiles, y casi era peor. Había de todo, mucho corazón herido disfrazado de perdonavidas, muchos requisitos imposibles de satisfacer, mucha frase lapidaria.
Lo que más me repelía era la vergüenza ajena que sentía. Pensaba que ya es duro que normalmente te ninguneen para ser ninguneado ampliamente online por un grupo más numeroso. No me gustaría saber lo que mi perfil podría suscitar. Indiferencia sobre todo, supongo. Y eso que jamás mencioné que me encanta el esoterismo, la metafísica o las terapias alternativas.
De mi experiencia recuerdo tres casos concretos. El primero un chico de Madrid con el que supuestamente tenía una alta compatibilidad. A los dos nos gustaba el metal, las cervezas, y las series. Me pareció que merecía la pena conocernos. Quedamos. Me pareció muy majete, pero no sentí ninguna química. Es malo ir a estos sitios cuando estás ya enamorado o cuando tienes el corazón roto (o ambas cosas a la vez).
El segundo era un chico de Sevilla con el que crucé varios mensajes. Él estaba empeñado en que nos conociéramos, pero yo no quería relaciones a distancia. Insistió, pero lo tenía muy claro. Bastante sé de distancias como para saber que no iba a funcionar.
El último fue un masajista de Madrid. Muy lanzado. Demasiado. Me acojoné y corté la conversación.
Desde entonces nada. Tampoco tenía motivación. Yo estaba en otra historia.
Pero hoy he vuelto a entrar en una de las cuentas por curiosidad. Quería saber si mi percepción había cambiado. En absoluto. Sigo sintiendo la misma vergüenza ajena, el mismo recelo, el mismo reparo. Sé que tampoco era el mejor momento, tengo que cerrar heridas primero y tengo que reconstruir mi autoestima. No será en el corto plazo. Ni siquiera lo veo factible.
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