Me
despierto y enseguida mis ojos se fijan en un libro concreto de la estantería.
¿Qué libro es ése? Me acerco y veo que se trata de “Vivir el Perdón” de Jorge
Lomar. Está tan “bien” categorizado como algunas de las películas del
videoclub. Es un libro que compré a imitación de Isabel, que era muy fan de
Lomar. Él es una de esas personas que tienen un nivel de conciencia que no es
de este mundo. Están muy iluminados y hablan de cosas que a la mayoría se nos
escapan. En concreto este libro está relacionado con el famoso “Curso de
Milagros”, que me resulta bastante farragoso, denso y difícil de comprender.
Los registros akáshikos me dicen que ellos cuando hablan no es para el
consciente, sino para otra parte de nosotros más elevada que sabe qué hacer con
esa información. Me recuerda un poco a la esteganografía.
Cojo el
libro y veo que está a medio leer, como muchos otros de mi colección. Creo que
empecé a leerlo cuando comencé el curso de Ho’oponopono, y quizás entonces tenía
demasiadas cosas entre manos como para terminarlo. Tampoco era un libro fácil,
por mucho que intente aligerar el “Curso de Milagros”.
Empiezo
a ojearlo y no me cabe duda de que es una señal de mis guías. Anoche me acosté
pensando si este dolor cesaría alguna vez, y en cierta manera tengo la
respuesta en mis manos. De lo poco que puedo leer (por las mañanas tengo una
rutina bastante medida), es que el sufrimiento es una forma de percepción
errónea. Es un programa del ego instalado en la mente para hacernos
comportarnos de una forma concreta. El sufrimiento nos lo causamos nosotros
mismos con nuestra percepción y nada ajeno a nosotros es la causa.
Comprendo
entonces que soy yo la responsable de mi situación y nadie más. Soy yo la que
tiene que hacer un trabajo interno para poder liberarse de su programa de
sufrimiento. Y de repente siento la necesidad de liberarle a él de esa parte de
culpa sobre la situación. Le doy mi perdón y pido perdón. Y aquí matizo algo:
lo perdono pero mi intención no es la de sentirme superior. Eso también es
parte del ego. A veces las cosas que creemos hacer por bien, en realidad
también son producto del ego. Yo no tengo que perdonarlo porque no hay nada que
perdonarle. Si asumo la responsabilidad de la situación, él no tiene culpa. Aun
así, le doy mi perdón por si él lo necesitase de alguna forma (quizás no), no
porque yo sea mejor que él, no porque yo esté sufriendo. En todo caso, es a mí
misma a quien debo pedir perdón por estar donde estoy. Así que lo libero a él y
comienzo mi trabajo interno.
El
trabajo interno quizás lleve tiempo (o no, dicen mis guías) y va a ser duro. Me temo que haya mucho que sanar y que el programa esté muy instalado. Me gustaría leer
el libro desde el comienzo, practicar y asimilar la enseñanza con la misma. El
perdón es un camino experiencial. Se lo entrego al Espíritu Santo, que diría el
Curso de Milagros.
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