miércoles, febrero 21, 2018

Runes carved to my memory



"When I am dead,
Lay me in a mound.
Raise a stone for all to see
Runes carved to my memory"
(Amon Amarth)

He vuelto a pensar en la muerte. Ayer tuve una visión de cómo podría querer ser enterrada: mi cuerpo cremado iría al mar, quizás cerca de la praia Os Castros o en Pechón, aunque tampoco me importaría que me arrojasen al arroyo Guarramillas de Guadarrama. O si nos ponemos sentimentales, podría compartir el cerro con mi tía Anita y que el cierzo esparciera mis cenizas por el valle del Ebro. Pero además de las cenizas, me gustaría que se erigiera una piedra rúnica en mi nombre, un cenotafio, algo que recordara mi paso por este mundo. Como una Skjadmaer. Esto es más del ego y de su gusto por querer ser inmortal en este mundo finito. Una piedra rúnica como las de Sigtuna, con alguno de mis totems, o con un cuervo, evocando a la diosa Morrigan (aunque sea celta). Podría pensar en algún epitafio decente para adornar la piedra.

Este es un tema que tengo pendiente de solventar: hacer testamento y disponer mi funeral. Ahora que se propone la jubilación a los 75 años, quizás sea mejor invertir en servicios funerarios que en un plan de pensiones, dado que del trabajo vamos a acabar en la fosa. Es un tema que tendría que tratar porque a la muerte de mis padres me quedaré sola en el mundo, y veo que terminaré cremada sí, pero arrojada en la fosa común. No es que me importe compartir tumba (Our chemical Wedding), pero preferiría tener una despedida un poco más personal. Tampoco me importaría acabar convertida en compost para abonar el campo; al menos así mi muerte habría servido para algo. Y seguramente más útil que todo lo que he hecho en vida.

Hay muchos tipos de tumbas, algunas también en vida. Nos sepultamos entre obligaciones, responsabilidades, cargas familiares, normas sociales. Asesinamos nuestro espíritu sin contemplaciones y a eso lo llamamos "entrega" (o cosas peores como "abnegación" o "altruismo"). Pero nadie nos va a recordar (y mucho menos agradecer) por las horas extras que hicimos, por respetar las normas de tráfico, por cuánto nos sometimos a la voluntad de nuestros padres, por cuánto nos plegamos a la sociedad, por cuanto renunciamos a nuestros sueños por que nuestros hijos pudieran hacer una clase de cerámica. En realidad nadie nos va a recordar por nada , pero nuestro espíritu sí lamentará todo lo que dejamos de hacer. Además de solos, morimos asqueados por no haber vivido.

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