"Estás muy enfadada", me dijo Carmen. Y me recetó Beech, entre otras flores de Bach destinadas a diferentes propósitos. América también me dijo que mi enfado no me llevaba a ningún sitio. Ambas tienen razón: no voy a sacar nada bueno en este estado. Lo sé y soy consciente. Pero ahora mismo siento esa mezcla de rabia y de tristeza en mi interior, y es lo que me toca digerir.
Sé que no lo hacen de mala fe, pero me molesta, en general, que quieran sacarme de una emoción "negativa". Es mi proceso, no el suyo. Saldré de él cuando toque, no cuando quieran. Como si me quisiera quedar en él ad infinitum. Esas emociones están ahí para enseñarme algo, y acelerar su marcha no puede ser positivo. No me extraña que haya tanto trauma si en vez de procesar las emociones, nos dedicamos a esconderlas debajo de la alfombra.
Aun así, no es verdad que quiera quedarme en ellas permanentemente. Ya estoy haciendo algo. Para la tristeza lloro y duermo (y me pongo música para llorar más). Para el enfado voy al gimnasio: la mejor manera de eliminar el enojo es la acción, la actividad física. Así que esta mañana he madrugado para ir a hacer deporte, y luego he ido a pasear y tomar el sol, a tomar vitamina D, la vitamina de la alegría. Lástima que luego lo estropee todo con una alimentación poco adecuada, pero si mi cuerpo me pide hidratos (otro síntoma de la tristeza), se los voy a dar. Me da igual si me convierto en la ballena de Jonás. Total, ya estoy echada a perder.
Vaciarme del enfado no va a pasar de un día para otro. Lleva tiempo y asimilación. Repito que soy lenta en todos mis procesos. A lo mejor me regodeo, quién sabe. Pero dado que estoy sola en esto, me doy el tiempo que necesite para liberar el corazón (y el hígado) de todas estas emociones. Tiempo, abstinencia y soledad, como decía Juan Sabines (también decía: "En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego"). Ahora mismo me importa poco lo que le pase a la gente que no sea yo misma. Me da igual todo.
Sé que no lo hacen de mala fe, pero me molesta, en general, que quieran sacarme de una emoción "negativa". Es mi proceso, no el suyo. Saldré de él cuando toque, no cuando quieran. Como si me quisiera quedar en él ad infinitum. Esas emociones están ahí para enseñarme algo, y acelerar su marcha no puede ser positivo. No me extraña que haya tanto trauma si en vez de procesar las emociones, nos dedicamos a esconderlas debajo de la alfombra.
Aun así, no es verdad que quiera quedarme en ellas permanentemente. Ya estoy haciendo algo. Para la tristeza lloro y duermo (y me pongo música para llorar más). Para el enfado voy al gimnasio: la mejor manera de eliminar el enojo es la acción, la actividad física. Así que esta mañana he madrugado para ir a hacer deporte, y luego he ido a pasear y tomar el sol, a tomar vitamina D, la vitamina de la alegría. Lástima que luego lo estropee todo con una alimentación poco adecuada, pero si mi cuerpo me pide hidratos (otro síntoma de la tristeza), se los voy a dar. Me da igual si me convierto en la ballena de Jonás. Total, ya estoy echada a perder.
Vaciarme del enfado no va a pasar de un día para otro. Lleva tiempo y asimilación. Repito que soy lenta en todos mis procesos. A lo mejor me regodeo, quién sabe. Pero dado que estoy sola en esto, me doy el tiempo que necesite para liberar el corazón (y el hígado) de todas estas emociones. Tiempo, abstinencia y soledad, como decía Juan Sabines (también decía: "En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego"). Ahora mismo me importa poco lo que le pase a la gente que no sea yo misma. Me da igual todo.
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