“¿Notas
el cambio de estación?”, me preguntó Rydwlf. Sí, por supuesto que lo noto.
Siempre he presentido la primavera. Es todo bastante sensorial, una información
que está en el aire y que avisa de su llegada. A veces creo que es algo
olfativo, aunque también es táctil. Simplemente sé que la primavera está en
camino, aunque quede un mes para que astronómicamente entremos en la misma (0º
Aries).
También
ayudan sus mensajeros: las yemas de los árboles, los brotes de las flores, el
regreso de los mirlos, y por supuesto el cambio de la luz. El movimiento de la
tierra alrededor del sol se describe por una función sinusoidal. Al llegar al equinoccio
nos ponemos en la pendiente de la sinusoide, que es cuando más deprisa se mueve
la función. Por eso el cambio de horas de luz se percibe tanto. Ayer le dije a
Rydwlf que era como deslizarse por la pendiente, pero en realidad en primavera
estaríamos ascendiendo. Vamos en escalera mecánica.
La
primavera es joven y alegre, como Perséfone en casa de Démeter (en casa de
Hades es bastante oscura). Ella viste el mundo de colores, de vida, de alegría.
Es canto, es poesía, y es risa. Es inocencia y descubrimiento. Es dinámica, expansiva,
impulsiva, orientada a la acción. La primavera despierta en nosotros la
vitalidad, el deseo de la vida, el impulso, el movimiento, la búsqueda de
conseguir nuestros objetivos y deseos, la necesidad de cambiar de rumbo, de
probar, de experimentar, de romper con las estructuras antiguas del invierno.
Todos
sentimos esa llamada, porque todos somos hijos de la naturaleza y todos estamos
conectados a ella. Algunos más que otros, claramente. Algunos han decidido
suprimir esa conexión en aras del “progreso”, de la “civilización”, de la
razón. Por eso se sienten tan desconectados, tan vacíos.
Y luego
estamos los que estamos muertos en vida. Me pregunto si la primavera obrará en
nosotros también algún milagro, como en el olmo de Antonio Machado.
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