Hoy justamente hace un
año que todo mi mundo se puso patas arriba. Ahora camino entre las
ruinas y todo ha cambiado tanto que no me siento ni cómoda ni segura
en él. En un año debería haber superado esta sensación, pero no
termino de adaptarme. Al menos el dolor desgarrador ha desaparecido.
A veces sigo sintiendo la pérdida, pero la mayoría de las veces por
dentro sólo siento una mezcla entre muerte e inestabilidad
constante. Es como si dentro de mí albergara un agujero negro
incapaz de ser saciado. No es una sensación agradable, pero casi es
inocua, aséptica, neutra, estéril. Soportable.
Lola lo explica de otra
manera. Para ella hay un conflicto entre mi sempiterna necesidad de
controlarlo todo y mi proceso de adaptación. Me aconseja dejarme
llevar, intentar no sólo recibir la influencia del proceso, sino
intentando participar en el modelado. De verdad que entiendo sus
palabras, pero su mensaje no me cala. Creo que aún no estoy
preparada para aceptarlo. Me suele pasar.
Quizá debiera dejar de
intentar de recomponer los pedazos y dejar que las fuerzas
desintegradoras lo arrasaran todo. Una destrucción total para poder
empezar a crear. ¿Mejor que una huida hacia adelante? Mientras
decido, no me queda más que intentar resistir. La vida de momento me
propone una ironía. Y tiene que ser precisamente hoy. La verdad,
tiene su gracia, aunque voy a tener que lidiar con ella.
Pero no todo es lúgubre
a mi alrededor. Tengo momentos donde siento un hambre voraz por la
vida. Si por mí fuera, me pasaría el día al aire libre, tratando
de exprimir al máximo la conexión con la naturaleza, con la
energía, con el aliento vital que todo lo une. Hacía mucho que no
sentía algo tan intenso. Pero debo tener cuidado de no quemarme en
la intensidad.