domingo, enero 22, 2012

Tokyo

My boots are not made for walking. Por eso mismo me encuentro ahora escribiendo esta entrada, sentada en la cama de mi habitación, mientras me recupero del dolor de pies de caminar por toda la ciudad. Pero calculo que en media hora estaré de nuevo en las calles de Tokyo visitando los últimos rincones que me quedan por ver. He sacrificado Kamakura por ellos y resulta que hoy por fin sale el sol. No me arrepiento si consigo ver Shibuya y Shinjuku esta tarde. Es ambicioso, pero no imposible.

Son muchas las cosas que podría contar de mi visita a Tokyo. Incidentes, ninguno, pero sí hay muchos aspectos a mencionar. No sé ni por dónde empezar.

Pese a lo que diga Josemi, los japoneses no son extremadamente feos. He visto chicas preciosas, pequeñas y delgadas, de cutis perfecto, como muñecas. Quizá los hombres sean menos agraciados, pero tampoco son espantosos. No sé qué cánones de belleza sigue este chico, la verdad.

Lo que sí es cierto es el tópico de que son amables y serviciales. Al extremo (tengo grabado el “irashaimaseeeeee” en la cabeza de tanto escucharlo). Muy silenciosos. Muy limpios, llegando a la exageración. Eso hace que me parezcan poco ecológicos. En mi opinión, usan demasiada agua, aunque no parece que tengan problemas de abastecimiento (con tanta lluvia interminable).

También es verdad que el inglés se les da mal. Se esfuerzan poquito por hablarlo. Algunos entienden al menos, pero otros…A Dios gracias, existe el chino para poder entender algunas cosas escritas. Para comunicarnos, las cuatro expresiones que me sé en japonés y, especialmente, los gestos. El idioma en sí es curioso y muy cantarín, aunque en algunos momentos es un poco rayante.

La comida era mi caballo de batalla hasta que descubrí el ramen. Es una sopa de fideos con carne muy sabrosa. Eso me ha salvado de pasarme una semana comienzo una-don (anguila con arroz). El Soba está bien, pero no acompaña con el frío que hace. También he probado la tempura de gambas (muy rica) y toniniku (carne de pollo) en varias versiones. Hoy he decidido occidentalizar la comida, probando en una cadena de hamburgueserías local llamada “Lottería” (da miedo el nombre).

La comida es bastante cara. Sobre todo el café. El precio es de unos 6 euros de media. Me está sangrando monetariamente (junto con los souvenirs, que tampoco son baratos). Pero o me tomo el café o me congelo. Me queda algo de dinero, pero se me está acabando. No me gustaría tener que sacar o cambiar los pocos euros que me quedan. Podría pagar con tarjeta, pero no siempre es posible y además me da miedo rebasar el límite y no poder pagar el hotel. Lo único bueno de los establecimientos es que hay agua fría disponible siempre y es gratis, con lo que no hace falta pedir bebida. En algunos sitios dan té caliente, pero es un poco raro (como graso) y no me gusta mucho.

Para ser una ciudad tan avanzada, no hay demasiados hot-spots para conectarse. El Wifi no es lo suyo. A ver si Akibahara me cambia la percepción.

Tokio no es una ciudad bonita en sí. Pero es muy interesante por todos los contrastes que tiene. Basta con ver cualquier serie de dibujos animados para hacerse una idea. Aún no puedo decidir cuál es mi zona favorita de la ciudad. Emocionalmente quizá me quede con Ginza, porque es donde estoy alojada (el concepto “refugio” es importante para mí”. Es el barrio más de negocios de la ciudad, lo que hace que parezca una ciudad más, con edificios un poco más altos y con mucho neón por las noches. También me ha gustado mucho Asakusa, que es un templo budista en el centro de la ciudad.

El tema templos es interesante. Es bonito ver cómo la gente acude a ellos a mostrar su devoción y respeto. En occidente lo tomamos como un modelo de espiritualidad. No digo que no, pero tanto que criticamos a la Iglesia católica por sacar dinero a los fieles, hay que ver cómo se lucran los monjes budistas con todo el dinero que se dejan los fieles en sus plegarias, su fortuna, y sus objetos religiosos. Eso le quita un poco de misticismo a esa idea romántica de la espiritualidad asiática. Por cierto, ya sé cómo se sienten ellos visitando una iglesia en España: curiosidad mucha, pero ningún vínculo emocional.

En cuanto a la compañía, gracias a que mi compañero Yosu venía también a la conferencia, no he estado tan sola estos días. No me importa estar sola en general, pero estar sola en Tokyo podría haber sido un reto. Conocimos además a un chico italiano majísimo llamado Roberto, que trabaja en INRIA, y hemos pasado los tres estos días juntos. Aunque a ratos es complicado viajar en grupo, nos hemos llevado bastante bien, en parte porque Roberto y yo somos más flexibles que Yosu. La verdad que hay veces que está bien que decidan por ti.

El viernes nos fuimos los tres a Nikko, que era una de las recomendaciones que teníamos anotadas. Es una ciudad de montaña que tiene varios templos budistas muy repujados y de colores muy vivos. El que estuviera nevando le daba un plus, aunque habría preferido un sol radiante para hacer fotos bonitas. Hacía un frío que pelaba (creo que el día que más frío hemos pasado). Lástima no haber podido ir a un onsen (un baño termal) porque apetecía.

Seguro que me dejo cosas en el tintero, pero voy a ir saliendo a pasear. Saionaraaaaaa.

domingo, enero 15, 2012

Destination: Tokyo

En unas horas comienza mi viaje. Tokyo, Japón, una tierra lejana que me evoca aventuras, experiencia y conocimiento. Un destino que siempre quise conocer y que, por fin, se hace realidad.

Éste es un viaje que llega un poco a destiempo. Durante mi adolescencia me sentía fascinada por Japón. Hasta me sabía de memoria los nombres de sus islas: Honshu, Kyushu, Hokkaido; conocía sus ciudades, sabía de su población y sus costumbres. Con el tiempo, ese sentimiento desapareció. Pero siempre quedan los rescoldos. Y es en ese fuego terminal donde renace la ilusión perdida. Quizá no haya llama como para quemarse en ella, pero sí calor suficiente para alimentar el deseo de la aventura y superar los miedos que revolotean en mi corazón.

He de decir que es un viaje que me impone mucho: el idioma, la cultura, la gastronomía, las horas de avión. Todo se me hace inmenso e inabarcable, como una gran montaña. Aún así no podía negarme a los deseos de mi alma, menos aún cuando este viaje parecía estar dispuesto para mí.

Aquí el destino juega un papel importante. Yo no era la destinataria inicial del viaje. Antes fue ofrecido a dos personas que (afortunadamente), por distintos motivos, rechazaron la oferta. Puede que mis antiguos sueños hayan tardado en cristalizarse desde el plano espiritual en punto del tiempo.

No sé si lo merecía, pero yo no podía dejar pasar esta oportunidad.

Así que me marcho para Tokyo.





lunes, enero 09, 2012

Velas, eutanasia y soledad.


Cuando estuve en Lucerna encontré una oración en una iglesia que comparaba las vidas humanas con velas consumiéndose en el servicio a Dios. Siempre me ha parecido muy apropiado, pero más aún tras ver cómo la vida de Basi se apagaba poco a poco en sus últimos días, como la pequeña llama de una agonizante pavesa que, pese a que su final está cerca, sigue intentando brillar.

Si la muerte de mi abuelo paterno me puso en contacto con la muerte, en su aspecto de pérdida de una persona cercana, ésta de Basi me ha traído la experiencia de la enfermedad. El cáncer es una enfermedad que devora por dentro poco a poco hasta que te consume por entero. Trece años de sufrimiento vividos con increíble resistencia y apego a la vida, amén de dolores y padecimientos. Transcribo las palabras de otra persona, que lo expresa mejor que yo:

“Te escribo porque estás viva, Basi, y no porque te hayas muerto. Estás viva en el corazón y en la mente de todos tus familiares y amigos. No has muerto, porque tu huella indeleble está con todos nosotros y porque tu fe, tu espíritu de sacrificio y lucha ha sido un ejemplo que a nadie deja indiferente. La tristeza de tu fallecimiento, en Madrid, embarga a todos tus familiares y amigos, pero de forma simultánea sabemos que tuviste valor hasta el último minuto y que aceptaste la voluntad de Dios con entereza. Estas viva, Basi. Lo estás entre todos los que te conocimos, porque nunca perecerá tu recuerdo, tu espíritu y tu alma generosa y limpia.”

Aun reconociendo la fuerza ante la muerte, al mismo tiempo uno se pregunta la necesidad de tanto sufrimiento. Cuando una mascota sufre, la sacrificamos por amor y compasión hacia ella. ¿Por qué no lo mismo para un ser humano? ¿Acaso nos dan miedo las leyes de los hombres y de Dios? Sinceramente, es una lección que aún no termino de comprender, aunque sé que debe estar ahí esperando a ser desvelada.

Por último, uno se plantea su propia mortalidad. No es sólo ya la cercanía de la muerte, sino de cómo encararla en el momento final. Aunque sigo pensando que todos estamos solos frente a la muerte (como estamos solos frente a la vida), en sus últimos días Basi estuvo rodeada de amigos y familiares, gente que la quiso, que se preocupó y cuidó de ella, que sostuvo su mano y confortó su espíritu hasta el último momento. He pensado en mi propio final y el panorama no es muy alentador ¿habrá alguien a mi lado cuando llegue mi hora? ¿Quién? Atendiendo a la sensación de que moriré en la senectud, mis padres ya habrán muerto, mi hermana será mayor para acompañarme, y no vislumbro hijos ni amigos en el horizonte. Me resulta aterrador. Aunque sinceramente quizá esto sea el precio que pagamos los solitarios.

No son pensamientos muy halagüeños, lo sé, pero en estos momentos es todo lo que se me pasa por la cabeza.

Al menos ayer miré al oeste y vi la promesa de la primavera.