viernes, junio 16, 2017

Q'eros



El pueblo Q'ero es el último vestigio de la cultura Inca del mundo, asentada en los Andes perúanos, cerca de Cuzco. Son una comunidad recóndita que perpetúan a través del tiempo su cultura, su lengua (el quechua) y sus costumbres. Son gentes que están en pleno contacto con la naturaleza y que se relacionan con el espíritu de la montaña (Apu) y madre Tierra (Pachamama). 

Hasta aquí, todo mi conocimiento con este pueblo, al que he conocido recientemente, gracias a Morti, una chica que conocí en el curso de sanación de la heridad femenina. Gracias a ella, asistí ayer a lo que se llama un "despacho", un ritual Q'ero, que ayer estaba enfocado al desbloqueo de energías. Creo que es la primera vez que participo en un ritual grupal propiamente etiquetado como tal. Curiosamente la cultura andina no me llama particularmente, así que tiene guasa empezar por éste en vez de por uno más celta.

El despacho se realizaba en un ático del centro de Madrid. Me resulta curioso el lugar. Me recuerda un poco a la película de los Cazafantasmas, con la energía manando desde lo alto de un efidicio. No era la primera vez que estaba en ese bloque. Una amiga vivió allí mismo durante unos años. Me pregunto si ella sabía de la existencia de este centro.

Al llegar me encontré mucha gente occidental (por llamarnos de alguna manera), bulliciosos como abejas por la habitación donde iba a hacerse el ritual. En medio de la habitación, un altar improvisado con una manta de motivos andinos, que había sido cubierta con las ofrendas para el ritual: flores blancas, rojas, y amarillas, cereales, legumbres, caramelos, y amuletos. Dejé mis ofrendas en el altar y me senté en la segunda corona del círculo alrededor del altar. Detrás del mismo, casi imperceptibles, se apostaban las figuras de Doña María y Don Manuel, madre e hijo, los sacerdotes del ritual, ataviados con sus trajes tradicionales. Parecían totalmente fuera de lugar tanto por sus ropas como por su actitud, mucho más introvertida que la del resto del grupo.

Como nos contaron después los organizadores, ella es una gran sacerdotisa Q'ero, una Alto Misayoc, mientras su hijo, con menor rango, es un Pampa Misayoc. Además de la experiencia, una de las diferencias en la categoría está en que la elección de los altos sacerdotes procede de la misma naturaleza, manifestada en recibir un rayo directo. Cuentan que ella recibió dos. ¿Qué probabilidad hay de que te caigan dos rayos en tu vida y que no te mate ninguno? ¿Que ni siquiera te afecte? Pues ella es la prueba. Es impresionante ver a una mujer de su edad (90 años estiman que tiene), con su vitalidad y su alegría. Se transforma en cuanto comienza el ritual. Es como una niña. Da mucha ternura.

El ritual está ejecutado en quechua completamente, por lo que es traducido sobre la marcha. Primeramente, Don Manuel invoca la energía de la montaña (el Apu), que en nuestro caso fue Montserrat, la única montaña sagrada de España (parece ser que es la única montaña con poder que tenemos). Doña María invoca a la madre, a la Pachamama. Durante el ritual, ella se encarga de la parte femenina del ritual, representada por las flores rojas, Don Manuel de la masculina, las flores blancas. Las flores amarillas establecen el vínculo entre ambos lados, los cuales se van llenando de pétalos, semillas, granos, y hojas según se desarrolla el rito, para conformar una ofrenda de color, casi como si fuera un mandala.

Cada asistente toma cinco hojas de laurel (originariamente son de coca, pero en España no se pueden meter), tres en la mano derecha para entregar, dos en la mano izquierda para recibir. Se entrega lo negativo, pero también aquello que queremos dar al mundo. Se sopla tres veces sobre las hojas y se dan a los chamanes para que ellos ritualicen los deseos. Ellos recitan sus mantras, en los que llaman a la Pachamama y a Apu, y como regalo te dan algún consejo o una frase. La mía fue "Gran energía, buen camino". También se toman dos puñados de maiz en las manos, representando la abundancia, para repetir el proceso. El ritual concluye con una especie de catarsis colectiva, donde todos vamos a tocar la ofrenda mientras se escuchan las letanías y las campanas q'echuas de fondo.

Doña María cantó después a la Pachamama. Don Manuel tocó una melodía con su flauta mientras todo el mundo bailaba. No sé si sería por eso, pero anoche se formó tormenta y descargó en la ciudad.

Fue una experiencia muy bonita, muy humilde, tierna. Me gustó mucho.
Lo peor vino después, cuando todo el mundo comienza a comentar sobre el ritual solamente para poner de relieve sus conocimientos y sus experiencias. El ego espiritual. Me pone mala.

jueves, junio 15, 2017

Desesperanza

Te dan una noticia que va a poner patas arriba tu mundo. El fin de tu mundo. El fin de algo que amas tanto. Impotencia, frustración, ira, miedo…todo se mezcla en el crisol de tu corazón. Puro magma que pugna por salir. Pero no puedes permitirlo, porque eso significaría dar demasiadas explicaciones que no le importan a nadie. Así que luchas contra las lágrimas que quieren derramarse, intentas forzar una sonrisa para que nadie te pregunte (aunque siempre puedes decir que estás constipado o que tienes alergia), intentas que tu semblante no parezca tan pálido y serio, intentas que los pedazos de tu corazón no se disgregen, intentas no colapsar en público, aunque es lo que más te gustaría en este momento. O morirte en ese mismo instante.

Intentas ocupar tu mente con el trabajo, pero es imposible concentrarse. Nada te puede consolar: ni el chocolate, ni los vídeos de gatitos, ni los memes recibidos por el whatsapp, ni las anécdotas de la última reunión…El dolor de tu corazón es ensordecedor. Pones la música a todo volumen hasta que los oídos duelen, porque el sonido te va a inundar por dentro, y con suerte aplacará la desesperación lo suficiente para que el dolor no te devore por dentro, y con suerte callará la voz interna que te dice que todo está perdido, que no hay esperanza.

No puedes evitarlo. La vida vuelve a golpearte y esta vez es un palo muy duro. No sabes cómo vas a poder superarlo. Sólo queda aceptarlo, como si fuera fácil. Como si fuera fácil renunciar a lo que amas. No hay nada que puedas hacer salvo llorar y esperar a que un día el dolor desaparezca.

martes, junio 13, 2017

Un héroe

En esta ocasión voy a hacer una entrada políticamente incorrecta. No busco la polémica necesariamente, simplemente es una reflexión que me surge a raíz de la muerte (¿o es homicidio?) de un héroe anónimo llamado Ignacio Echevarría, apuñalado en el reciente ataque terrorista de Londres cuando intentaba salvar la vida de una mujer. "El héroe del monopatín" le llaman. Desde el incidente las redes españolas se han volcado en alabar la actitud de este hombre y su gesto. Sin duda es un acto valiente que le honra, y que merece ser resaltado. El resto simplemente se han dedicado a exaltar los valores patrios, que nos encanta, como si por el hecho de compartir nacionalidad también fuésemos un poquito partícipes de su gesta. Somos así de patéticos.

Cuando vi la foto de Ignacio pensé que lo conocía. Me resultaba tremendamente familiar, aunque no terminaba de ubicarlo. Mi mente me dió una imagen: un chaval de un curso de alemán. No digo que fueran la misma persona, porque no tengo la certeza, pero recordar a aquel con quien compartí clase me dio pie a esta reflexión.

Aquél compañero de clase era realmente raro, el raro de la clase. Su forma de comportarse no era muy normal, tampoco lo eran sus pensamientos. Lo que más recuerdo fue una discusión en la que él venía a decir que a los arquitectos eran responsables por las cámaras de gas construidas. En el caso del régimen nazi posiblemente sería así, pero éste iba un paso más allá: incluso aunque el propósito inicial hubiese sido para otros fines distintos. Ahí no pudimos darle la razón y terminó enrocándose, lo cual no hizo sino incrementar su fama de raro.

Hace mucho tiempo de esto, lo tenía bastante olvidado.

Pues bien, el "rarito" de la clase hoy podría ser un héroe. Esto cuadra con la idea de los superhéroes de comic, que son todos bastante extraños en general, por no llamarlos perdedores. Héroes que sirven a la sociedad mientras viven vidas anónimas, ordinarias y mediocres donde ocultar su grandeza y sus poderes.

Pero también tenemos al héroe fortuito. Una persona que bien podría ser un auténtico hijo de puta (no digo que este Ignacio o mi compañero lo fueran) y que en un instante, por estar en el sitio y lugar oportunos, en las condiciones necesarias, y tener una reacción (que no una forma de ser) apropiada, se convierte de la noche en la mañana en un héroe. Miles de actos de cobardía e infamia desconocidos borrados de un plumazo por una sociedad que lo encumbra. El villano redimido. Y mientras, héroes anónimos que luchan cada día por el bien de la humanidad, son relegados a la más absoluta ignorancia porque se da por hecho su labor, porque esa labor no parece tan espectacular. ¿No es irónico? Buscamos referentes de héroes a los que parecernos, pero los tenemos a mano y los denostamos. La humanidad es así.

lunes, junio 12, 2017

El día en que casi muero

La vida nos expone continuamente a la muerte desde que nacemos, por lo que tenemos muchas ocasiones en las que ver la muerte de cerca y sentirla. Algunas son más claras que otras. Con el tiempo, también se van poniendo en perspectiva, y al final, si no hay eventos realmente claros, terminas por elegir aquellos que son más próximos en el tiempo. Para mí ese día es hoy.
Mucha gente pensará que es exagerado decir que puedes morir por dismenorrea. Puede ser. Pero el dolor y los síntomas eran muy reales para mí. Para explicarlo diré que una parte es el intenso dolor abdominal, ése que parece que te estén arrancando las entrañas con las manos desnudas. A esto se unen las sensaciones paralelas: bajada de tensión, mareos, sudores fríos, escalofríos, mal cuerpo. Todo in crescendo y desatado. 

Ante tal panorama, tendría que haberme ido directamente a casa y dejar el gimnasio para otro día. Pero desde pequeña tengo grabada la estúpida creencia de que está mal quejarse por tener la regla, que ceder al malestar corporal es de personas débiles, que la regla es la excusa de muchas mujeres para dejar de hacer cosas. Así que he ido igualmente. Supongo que pensé que se me pasaría en cuanto empezase a hacer mi actividad, pero no fue así. 

Desde que empezó la clase he sentido la debilidad del cuerpo y la incomodidad de tener que lidiar con las sensaciones de flojera del mismo. Me costaba concentrarme y era incapaz de hacer los ejercicios correctamente. A ratos tenía la sensación de que iba a perder el sentido y me iba a caer en la sala. Habría sido tan vergonzoso...
Tendría que haberme excusado y haberme marchado de clase sin más. Lo ideal habría sido reconocer y aceptar la necesidad previamente. Está claro que todavía tengo mucho que aprender en el arte de amarme a mí misma. Pero he resistido porque además de una muestra de debilidad, me parecía una falta de respeto a la profesora. En mi mente resonaban unas palabras mientras mi cuerpo pedía a gritos un descanso: "venga, un poquito más". Así hasta el final de la misma. ¡Menudo estoicismo de mierda!. Ha sido tremendamente duro, he sufrido enormemente, y menos mal que se trataba de una clase de corrección postural, donde el objetivo no es precisamente quemar calorías. No habría podido resistirla en caso contrario. De hecho, he tenido la sensatez de no ignorar más las señales y continuar con una clase de body jam. 

Al terminar la clase he llegado arrastrándome al vestuario. He parado en la recepción por un paracetamol que pudiese matarme el dolor y me he ido directamente al baño. Me he cruzado a varias personas y nadie me ha preguntado si me encontraba bien. Quizás no se han percatado de lo pálida que estaba (lo más probable), quizás es otro síntoma de la deshumanización que nos invade.

Me he metido en el water número dos y allí prácticamente me he hecho amiga de la taza. Afortunadamente ese baño está tan limpio que se podría comer en él. De la taza a una tumbona que hay junto a la sauna. De la tumbona a la taza otra vez. Así todo el rato, una media hora. Me sentía muy incómoda, muy agitada, incapaz de superar el malestar general y el continuo dolor abdominal que, lejos de cesar, se hacía más agudo cada vez. Así hasta que finalmente he vomitado.

Por un momento me he visto en perspectiva desde arriba, como si fuese la borracha de un bar. He pensado que podría morirme allí y que tardarían mucho en descubrir mi cuerpo. Sería una forma bastante patética de morir, agarrada a la taza de un baño de gimnasio, la verdad. Pero en esos momentos todo me daba igual: no había nada, salvo el malestar y el dolor. Vomitar me ha dado algo de paz, aunque no ha borrado los síntomas. Seguía sintiéndome mal, pero tenía que regresar a casa, que es donde yo quería estar realmente. Me habría gustado tener a alguien a quien llamar y que se hiciese cargo de mí, pero no hay nadie. Me he sentido muy sola. 

Como buenamente he podido me he subido al coche en dirección a mi casa. Me encontraba algo mejor para poder conducir, aunque no en plenas facultades. El único momento de lucidez ha sido llegar a preguntarme cuál sería la mejor ruta para minimizar un accidente. Todavía no sé la respuesta, pero yo he ido por la vía de circunvalación, que es el camino más rápido. Durante todo el trayecto he tenido que lidiar con mi incesante dolor abdominal, la necesidad de cerrar los ojos, y la obligación de mantener una precaria atención a la carretera para no tener un accidente. Para colmo hoy todos los semáforos parecían ponerse en mi contra y no me he encontrado a los mejores conductores precisamente. He pensado que efectivamente podría tener un accidente, y que todo daría igual porque por fin podría descansar.

Por fin aparco el coche y llego a mi casa tambaleándome. Me tomo un ibuprofeno, que es el último recurso que tengo a mano para apaciguar el dolor. No debería haberlo tomado tan próximo al paracetamol, pero entiendo que éste no ha llegado a absorberse. Me tumbo en la cama. No puedo estar más mareada, ni estar más cansada, ni más ida, ni el dolor puede ser mayor. Me retuerzo, me abrazo a la almohada, sollozo...pero el dolor sigue ahí.

No sé en qué momento me he quedado dormida, pero de repente me sorprendo despertando. Mi estómago pide comida. Me siento débil, pero más entera. La crisis parece haber remitido una vez más. Ahora solamente quiero dormir.