miércoles, marzo 23, 2016

Luz

El día de mi cumpleaños recibí una felicitación muy especial de Suni, mi amigo, mi hermano, mi mentor. Decía: "espero de corazón que Belisama tenga a bien devolverte una al menos una parte de la luz que tú nos regalas el resto del año". Me encantó, es una felicitación preciosa, original, y se nota que me conoce mucho al nombrar a una diosa celta.

Me sorprendió que Suni hiciera referencia a la luz, como si yo fuera una especie de candil. Qué bonito, qué halagada me siento, pero qué responsabilidad también. Pero Suni no es el único que me ve como un ser de luz. Sharing-Dreams también. Hoy me escribía por chat "Pero iluminas a distancia...". Y aún recuerdo el día que me asignó la etiqueta "radiante". Simplemente son palabras que me dejan perpleja.

Me parece inconcebible que alguien que mora casi siempre en las sombras, pueda siquiera brillar. Yo no me reconozco como un ser luminoso (aunque todos los humanos somos bioluminiscentes). Y si es así, mi luz debe ser muy pequeñita, muy tenue. Pero supongo que hasta la luz más débil brilla en la oscuridad, y a veces es más que suficiente en estos tiempos que corren. Espero averiguar algún día cómo usar esa luz que a mí se me escapa.


sábado, marzo 19, 2016

Calle Cloverfield 10


A falta de mejor opción, esta tarde he ido al cine a ver esta película. La oferta cinematográfica reciente es de lo más lamentable, respecto a mis gustos, claro está. Así que una película etiquetada como "thriller psicológico" tenía muchas papeletas.

La historia comienza cuando Michelle abandona a su prometido (o marido, no está claro) y en su huida tiene un accidente de tráfico. Cuando despierta, descubre que se halla en un bunker subterráneo de una granja que pertenece a Howard, un antiguo soldado obsesionado con la supervivencia un ataque post-nuclear. Howard cuenta a Michelle que un ataque ha tenido lugar y que toda forma de vida en la superficie ha desaparecido, siendo ellos los únicos supervivientes. Con Howard vive también Emmet, un obrero que ayudó a Howard a construir el bunker.

La película se centra en las relaciones de estos tres personajes: Howard, es el dueño del bunker y por tanto quien establece las normas de convivencia en el mismo. Su comportamiento extraño hace que Michelle desconfíe de él desde el primer momento. Michelle es quien se rebela contra la situación existente intentando salir del bunker, ya que considera que la versión de la historia por parte de Howard no es verídica y que tiene razones mucho más oscuras de las que dice. Por último, Emmet, que aceptaba las normas de Howards, se ve arrastrado por los intentos de Michelle para oponerse al status quo. Esta lucha entre Michelle y Howard vertebra la trama y también el desenlace.

La película me ha gustado mucho. Tiene tensión suficiente, tiene algo de claustrofóbica, y es imposible no alinearse con Michelle y compartir su punto de vista. El final es un giro de tuerca interesante, aunque raya un poco en lo surrealista y creo que le sobra algo de metraje. En general, recomendable.

viernes, marzo 18, 2016

La naturaleza del odio

En una reciente conversación una persona mencionó el odio. Aquello me hizo pensar en las veces que he sentido odio y no di con ninguna. No quiero decir que jamás lo haya experimentado, simplemente digo que no lo recuerdo. Si todas las personas somos capaces de experimentar todas las emociones, yo debería ser capaz de sentir el odio.

En mi mente, el odio debe ser una emoción tremendamente fuerte e intensa, de esas que te hacen arder las vísceras y te consumen por dentro. Recuerdo la ira, pero no recuerdo el odio. Si el odio es opuesto al amor, debería ser de igual grado. Pues no recuerdo nada parecido. Ni siquiera las veces en que tenía motivos para odiar he sentido odio hacia la persona que me estaba causando daño.

Recuerdo los días de Ariel y lo mal que me lo hizo pasar, y jamás sentí odio hacia él. Sentí angustia, sentí hartazgo, sentí injusticia, sentí impotencia, sentí rabia, sentí desvalorización. Pero no odio. Al revés, le veía como una persona con un gran complejo de inferioridad (no frente a mí, sino en general), que necesitaba machacar a la gente para sentirse mejor. Llegué a sentir pena por él. Qué mierda es a veces la empatía.

He buscado la definición de odio: "Sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia". ¿Sentía yo deseos de hacer daño a Ariel? No. Yo sólo quería salir de aquella situación. Incluso cuando se destapó el fraude del monedero, tampoco me alegré. Y sí, he hecho daño a gente a alguna vez, pero no ha sido por odio, sino al contrario, movida por el dolor de sentirme lastimada, herida, abandonada, traicionada.

Y qué curioso que me haya venido Ariel a la cabeza al pensar en la persona que más daño me ha hecho, y que no haya salido Diego primero. U otras personas que han estado más próximas a mí. Ariel a fin de cuentas, era una persona externa a mi mundo. Quizás me importara su opinión en aquel momento, pero no sentía estima por él. No así con los otros casos. Creo que debería reflexionar sobre esto un poco más porque hay más miga de la que se ve a simple vista.

En mi búsqueda sobre la naturaleza del odio también he encontrado una especie de explicación en un blog sobre emociones muy próximas: rabia, ira, odio y cólera. La rabia tiene como finalidad que la dificultad o el obstáculo que se interpone entre lo necesitado y la persona deje de ser operativo; la intención no es  eliminar o destruir, sino de que deje de interponerse.  En la ira sí hay intención de eliminar o destruir el “objeto” frustrante. En el odio hay un componente claro de destrucción del objeto de deseo. Por último, la cólera vendría a ser un impulso destructivo intenso e indiscriminado contra todo.

¿Será que estoy confundiendo las emociones? ¿Será que solamente se puede odiar aquello que se ama? Si no odias, ¿no amas? Creo que esta pregunta es absurda porque para mí el opuesto al amor es el miedo (a lo Jung). Y miedo siento un montón, muy frecuentemente. Quizás el odio es una parte del miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a lo incomprendido, miedo a lo diferente, miedo a reconocer que todo ello está en nosotros igualmente. En ese sentido sí reconozco aversión a ciertas personas, algo realmente intenso, pero jamás llega al punto de querer hacer daño. 

O puede que esté reprimiendo mi deseo de daño deliberadamente: un mecanismo de defensa que ata a la psicópata que llevo dentro. ¿Será que no busco el daño porque mis creencias me lo impiden?

Aunque pensándolo bien, creo que sí siento odio por alguien: por mí misma.

domingo, marzo 13, 2016

¿Es el confort la muerte?

A estas alturas, no creo que nadie desconozca el término "zona de confort". Últimamente parece un lugar muy denostado y sólo recibo mensajes para salir del mismo. Pero a todos nos gusta lo conocido, lo seguro, ¿qué hay de malo en disfrutar de ello un poco?

El problema es que la mayoría de las veces no sabemos que estamos en esa zona de confort. Somos ciegos a los límites de la misma. Pero si llegamos a divisar esos límites, a la mente no le gusta que nos salgamos de ella, porque supone mucho esfuerzo, especialmente lidiar con la incertidumbre. Para ello la mente va a generar muchos pensamientos que intentan evitar la salida de esa zona. La mente es muy lista y sabe a qué debilidad apelar dentro de nosotros para motivar la inacción. Muchas veces es miedo, otras juega con nuestra pereza. Siempre sabe cuál es la debilidad más fuerte y juega sucio. Como diría Rafa, desde la mente jamás vamos a motivarnos para salir de la zona de confort.

Esta noche he tenido una experiencia algo parecida a la que tuve en Magdeburg en el 2009. Creía que había hablado de esta experiencia en este blog, pero no encuentro ninguna entrada, salvo la crónica del viaje de vuelta, que aún me parece divertido. A aquella experiencia yo la llamé "la lección de la oscuridad". En diciembre de 2009 estaba en Magdeburg por una reunión. Había quedado con mis socios para tomar Glühwein en el mercadillo navideño. Eran las cinco de la tarde, pero parecían las once de la noche, porque la noche era cerrada. Pereza máxima. Tengo algún recuerdo similar en Estocolmo a las cuatro de la tarde un mes de noviembre. El caso es que fui a la cita y me encontré con que el mercadillo bullía de actividad. Entonces me di cuenta de que la noche solamente era una excusa y que se podía vivir a pesar de ella.

Hoy quería ir a ver a mi abuela, que sigue convalenciente. Era ya tarde y la pereza sólo incitaba a meterme en la cama de nuevo. Si algo me ha movido es reconocer que mañana tendría mucha más pereza aún tras regresar del gimnasio, habida cuenta que tengo que hacer la maleta para marcharme a Lovaina el martes. He pensado también que si no iba esta noche, quizás no volvería a verla. Y así he salido por la puerta de casa.

Sorprendentemente en la calle hacía menos frío del que pensaba, había una gran paz en la atmósfera, y la sensación era agradable. Es algo parecido a la experiencia de la ducha fría: mi mente me había dado un montón de argumentos para no ir a visitar a mi abuela: frío, pereza, posibilidad de aplazar la visita a mañana, etc. No era para tanto, no suponía un esfuerzo tan grande. Es más: me sentía muy bien.

Y entonces me ha venido a la mente el proceso de annealing que estudié en electrónica, que ya no recuerdo bien si se usaba para los algoritmos de rutado de PCBs, pero tampoco es importante. En el annealing se partía de que el estado inicial del proceso quizás no fuera el mejor, aun siendo favorable, así que era necesario hacer una búsqueda de otros estados más óptimos y saltar a ellos. Un cambio de estado sólo era posible cuando había energía suficiente (calor) para dar el salto. 

Siguiendo con la metáfora, la zona de confort, sería un estado estable, pero en él sólo cabe el enfriamiento, no hay espacio para la evolución. Puede que inicialmente no sea un mal estado, pero terminará siéndolo, a pesar de que nos podemos sentir muy a gusto en él en un momento dado. Y si no es así, ya se encarga la mente de darnos razones para no saltar, que las encontrará, por jodidos que estemos en la zona de confort, y nos hará creer que son suficientemente buenas razones como para permanecer. Una vez que nos hemos enfriado demasiado, ya no podremos saltar a otro estado. Y de ahí sólo cabe la muerte. La muerte como enfriamiento total.

viernes, marzo 11, 2016

La ducha fría

El reto de mindfulness de esta semana era darse una ducha fría. La sugerencia fue recibida con gran desconcierto y todo el rechazo posible por gran parte de los alumnos. "Tortura innecesaria" se llegó a oír. Y sí, el reto no era para nada apetecible. Por supuesto no era obligatorio, pero era necesario, decía el profesor para experimentar ciertos aspectos del mindfulness. 

El principal es quizás reconocer cómo la mente crea falsas ideas ante una experiencia. Juzgamos desde la mente, no desde el sentir, y eso hace que lleguemos a conclusiones erróneas, por no mencionar la privación de experiencias "interesantes".

Así que el ejercicio consistía en ir introduciéndose poco a poco en la ducha fría, dejando los pensamientos a un lado y concentrándonos en las sensaciones: primero una mano, luego el antebrazo, más tarde el brazo, y así poco a poco hasta mojar todo el cuerpo.

Bien, yo completé el reto anoche. El primer día de la semana. ¿Para qué esperar más? El reto no me seducía, pero quería hacerlo. Esperar solamente suponía dejar que mi mente me diera más argumentos para no hacerlo. Y la mente es muy lista, y sabe bien qué decir para evitar que salgas de la zona de confort. Eso sí, elegí el momento: en el gimnasio después de las clases. Hacerlo por la mañana habría sido realmente masoquismo.

Aunque me gusta mucho bañarme en ríos de montaña, donde el agua está helada, la experiencia ducha ha sido muy diferente. Primero por el paisaje, segundo por la actitud ante el evento, y tercero por la acción en sí. Lo de ir entrando poco a poco en el agua, sientiendo la misma en el cuerpo, es algo complicado. Porque no tenemos costumbre, porque no comienza siendo agradable. Una vez dentro, sientes que dejas de respirar, pero la sangre corre a toda velocidad por las venas, a lo largo de todo el cuerpo. Y luego está la cabeza. Para mí, lo peor con diferencia: qué dolor de cabeza. Y encima repetí tres aclarados. No, no fue algo agradable.

Sin embargo, al terminar la ducha había sucedido algo increíble: me sentía mucho más ligera, el cansancio había desaparecido, y estaba llena de energía. Fue un auténtico subidón. Me sentí muy bien, no tanto por haber conseguido el reto, sino por la sensación que quedaba en mi cuerpo.

La próxima vez que me duche, lo haré con agua templada. Pero creo que me aclararé con fría, sólo por volver a sentir (mala expectativa) esa sensación.

jueves, marzo 10, 2016

D+R=S

Una clase dura la de mindfulness de anoche. Hasta ahora las clases habían sido un tanto asépticas. La meditación estaba enfocada a dominar la atención para evitar que vagara al capricho de cualquier elemento que surgiera en el campo de la consciencia: un sonido, una sensación, o un pensamiento. Era un trabajo más o menos complicado, pero en ningún modo doloroso. Ayer, sin embargo, comenzamos con la aplicación de mindfulness a las emociones, y fue un ejercicio complicado.

Contaba Rafa que las emociones nos suceden y son finitas: surgen, ascienden, alcanzan su pico y desaparecen, como una especie de campana de Gauss. La misma campana que Lola me señaló para la ansiedad. La misma campana que hay con el dolor físico cuando el masajista presiona un punto de dolor.
Las emociones están en movimiento: surgen y desaparecen, necesitan expresarse. Si el pico se mantiene es porque las mantenemos con nuestros pensamientos. Y estos pensamientos, a su vez, alimentan esta misma emoción y otras que están latentes. Es necesario, pues, cortar ese bucle para apartar los pensamientos de la emoción.

Por otro lado, tenemos la tendencia a aplicar mecanismos de defensa ante las emociones: evitación, negación, desplazamiento y represión. El no enfrentar las emociones, hace que se expresen de otra manera, mucho más complicada que la pura emoción en sí. ¡No me extraña que estemos tan mal de la cabeza todos!.
Rafa habla de la ecuación D+R=S, es decir Dolor + Resistencia = Sufrimiento.
Cuanto más nos Resistimos, más Sufrimos, porque la emoción se va transformando en algo más complicado, al no poder liberarse naturalmente. Hay que sustituir la R de Resistencia por R de Rendición, y sumergirse en la emoción.

El trabajo de mindfulness es sumergirse en la emoción para dejar que se exprese y se libere, lo cual es un ejercicio muy desagradable.
Se trata de dejar sentir la emoción tal cual se siente físicamente en el cuerpo, nombrarla (para tomar consciencia de que no somos la emoción), y sostener la atención en esas sensaciones hasta que desaparecen. La metáfora es la de "acunar a un bebé que llora". Con el bebé no puedes razonar, no puedes negociar, no puedes forzar que deje de llorar, simplemente lo acunas hasta que el llanto cese.
Con la emoción es lo mismo.

Así que anoche evocábamos una emoción que acunar. Yo elegí una frustración particular y la evoqué tan bien que terminé llorando. Entonces hice lo que no hay que hacer: reaccionar sin consciencia. Mis manos automáticamente acudieron a mis mejillas a secar mis lágrimas, cuando tendría que haber dejado que fluyeran libremente. Pero no estaba dispuesta a llorar en público. Así que no solo reaccioné, sino que terminé reprimiendo la emoción. Bien, tendré que acunarla en casa en otro momento para terminar el trabajo. La verdad que tendría que haber elegido otra cosa menos intensa, algo más controlable (si es que lo hay). Y encima me quedé con el mal sabor de boca de revivir ese momento. No, no fue nada bonito. Ni lo va a ser la próxima vez que la evoque, o que la experimente en vivo. 

Tengo mucho trabajo en este campo de las emociones porque sí suelo aplicar los mecanismos de defensa, sobre todo en público.
En casa no, en casa a solas lloro como una magdalena y sí me permito sentirla. El problema es que no apago los pensamientos que tengo sobre ella, y la mantengo tanto rato que termino aplicando la represión para aliviarla.
Puede que hasta ahora no me hubiese dado cuenta de que estaba haciendo algo incorrecto. ¿Quién me ha enseñado a gestionar las emociones? Nadie. Muchas matemáticas, mucha lengua, mucha física...pero cuántas cosas deberían enseñarnos que no se enseñan.

Otra cosa curiosa que aprendí ayer: el sistema límbico (a.k.a cerebro reptiliano) hace que tengamos una mayor tendencia a ver las cosas negativas de la realidad, lo que hace necesario que tengamos que equilibrarlo cambiando la polaridad hacia las cosas positivas de la misma (que son muchas, ciertamente).
Es un trabajo necesario porque el cerebro reptiliano es muy poderoso: siglos de existencia dedicados a protegernos del peligro y a la supervivencia de la especie. Con el equilibrado de la percepción lo que se busca es abrir el campo de consciencia para no quedarnos centrados en lo negativo. 
Hasta ahora yo culpaba a mi amídgdala de mi inseguridad y mi TOC, ahora además tengo que achacarle todo mi filtraje negativo. Graciaaaas. Menos mal que el trabajo de equilibrio lo vengo haciendo desde hace meses, ya tengo parte del camino andado. Pero me queda mucho por delante. Incluyendo una ducha con agua fría, como parte del entrenamiento de esta semana. Dios nos pille confesados.


sábado, marzo 05, 2016

Ciruelos y hospitales

En una de las esquinas de dos avenidas principales se yergue un ciruelo. Para mí es el árbol más bonito de Madrid porque en primavera se cubre todo él de flores blancas que contrastan con el cemento y el ladrillo que hay a su alrededor. Es un árbol esbelto, no demasiado alto, de copa ancha, solitario y de esplendor níveo.

Pero esta primavera el árbol apenas ha sacado flores. Una gran parte de su copa permanece vacía y es evidente que por ahí no va a retoñar. Es un árbol enfermo. El año pasado su tronco ya sangraba savia que cristalizaba sobre su leña. Era cuestión de tiempo que empezara a declinar. ¿Cuántos años pueden quedarle de vida? Es difícil de saber. Pero un día llegarán los servicios del ayuntamiento y lo talarán sin ningún miramiento, y de él solamente quedará un tocón muerto que no hará justicia al hermoso árbol que una vez fue.

En cierta medida, este ciruelo me recuerda un poco a mi abuela, que ahora mismo está ingresada en el hospital. Llegó allí por retención de líquidos y lleva más de una semana por síntomas diversos, incluyendo un terrible enfriamiento. El bajón físico que ha dado es muy considerable. Son 96 años, es verdad, pero hasta hace unas semanas gozaba de una salud impresionante, quitando el dolor de la pierna que la tenía retenida en casa. Ahora he llegado a considerar que mi abuela se esté muriendo. No sería descabellado a su edad, pero me da pena igual. Y ¿qué se puede hacer en estos casos? No mucho.

Subir al hospital siempre es una mezcla de amor y obligación, nunca a partes iguales. En ese sentido, es admirable que mi madre suba cada día dos veces a atender a mi abuela. Para ella es obligación claramente, dado que es su suegra y nunca ha tenido especial cariño por ella. Tampoco diría que es amor por mi padre, quien su estado de salud tampoco le permite pasar demasiado tiempo en el hospital con su madre. Mi madre lo hace porque es lo que toca hacer. En ese sentido, mi madre es de la vieja escuela. Para ella la situación es un poco injusta, cuando somos dos nietas las que podríamos estar al pie del cañón y no lo hemos hecho, bien por egoísmo, o simplemente  porque nadie nos ha dejado asumir la responsabilidad.

Yo subo a ver a mi abuela cuando buenamente puedo y quiero. Sí, hay mucho de amor y mucho de obligación en mis visitas. También hay mucho de hipocresía y de cumplir con las normas sociales. Es curioso, porque los únicos que podrían echarme algo en cara serían mis padres (jamás lo harían) y mi propia abuela, lo que opine el resto me resbala. Y sin embargo, seguimos cumpliendo con lo que se espera de nosotros, porque es un programa que tenemos grabado a fuego en nuestra mente. No somos tan libres como creemos. No somos tan libres porque creemos que no podemos serlo, porque creemos que es tan difícil. Y sin embargo es sumamente sencillo. Pero somos animales de costumbres y tradiciones. 

El hospital tiene algo que me tranquiliza: serán las paredes de color celeste, la luz tenue de las habitaciones, o cierto silencio generalizado (a pesar de que el vecino de la habitación contigua ponga la televisión a todo volumen). Podría quedarme horas allí, no se me hace tan pesado como pudiera parecer. Allí no tengo que hacer nada, salvo intentar no incordiar demasiado. Allí simplemente puedo estar, simplemente puedo ser. Puedo leer con tranquilidad, puedo reflexionar serenamente, puedo meditar, puedo caer en mis fantasías, puedo dormir. La habitación tiene algo de escondite: nadie podría encontrarme allí, y eso me encanta.

Me pregunto si mi abuela no se aburre de estar allí sin hacer nada, pero luego recuerdo que cuando uno está enfermo no tiene ganas de nada más que de dormir.
Mi abuela comparte habitación con una enferma de alzheimer. A pesar de la crueldad de esta enfermedad, tiene un punto cómico: dicen las cosas sin ataduras mentales y resultan tremendamente acertadas. Las enfermeras son muy cariñosas con ella; sienten pena de que la familia la tengan tan abandonada. Ayer la enfermera le preguntó a quién iba a votar. Ella dijo: "al mejor". Me resultó gracioso, fue una buena contestación.

Y así pasan los días, entre médicos, pastillas, pruebas y comidas. Esperando una especie de liberación de una forma u otra que alivie la sintomatología y quizás la realidad tal y como se desarrolla en estos momentos.

jueves, marzo 03, 2016

El corazón de la casa

Muchas veces he oído decir que la cocina es el corazón de toda casa. Creo que esta afirmación era más acertada en otros tiempos, en los que la vida en la cocina era más común, donde se pasaban muchas horas allí, incluyendo el tiempo entre fogones. Los tiempos han cambiado, también el uso de los espacios y la relación que tenemos con ellos. En mi caso, el corazón de mi casa es, sin duda, mi dormitorio.

Mi dormitorio es para mí mucho más que el lugar habilitado al reposo, o un lugar de encuentro para el "amor". Mi dormitorio es una especie de santuario, donde me relaciono con mis dioses y mis guías espirituales, pero es también un refugio, un lugar donde puedo guarecerme cuando siento la hostilidad del mundo, su crueldad, su frialdad, su indiferencia. Esto cada vez es más habitual, así que sí siento frecuentemente la necesidad de recogerme en ese lugar donde me puedo sentir consolada.

Consuelo es una palabra que viene mucho a mi cabeza últimamente (la otra sería paz). Quizás pienso demasiado, quizás mis pensamientos son tóxicos. El consuelo es una especie de sentimiento de lujo que no logro encontrar salvo pasado un gran tiempo arrebujada entre mis sábanas, muchas veces tras conseguir vaciar la carga de mi pecho en forma de ríos salados que empapan mi cara, mi pelo, y toda la franela que me cubre. Mi almohada sabe de mucho más sobre mis sueños, de mis anhelos, de mis frustraciones, y de mis lágrimas que este blog y que el diario personal que llevo. Ella es mi confidente, mi amiga, mi hermana, mi compañera fiel. Quitando un perro, no creo que haya nada más en el mundo tan dispuesto a pasar tiempo conmigo, a escucharme, a confortarme.

A veces pienso que solamente soy de verdad en los espacios tenebrosos. La persona social que conoce la mayoría de la gente no soy yo. No es simplemente una careta, más bien es un maquillaje, algo que toma mi esencia, la cubre, y camufla aquellas cosas que no quiero que se conozcan. Como un payaso. Eso soy yo, un payaso. La gente ríe conmigo, pero no conocen de mis sombras, ni quieren (tampoco mis luces). Algunos las intuyen, otros han visto parte de ellas, pero las auténticas sombras son aquellas que muestro a cara descubierta en ese espacio donde puedo dejar de fingir la fortaleza, la alegría, la simpatía, el coraje, donde no tengo que relacionarme con nadie, donde puedo romperme en los mil pedazos en que he quedado fragmentada tras un día en el mundo "real". Es allí donde puedo evadirme entre pensamientos neptunianos, donde puedo buscar unicornios, donde la fantasía puede aliviar el dolor que me causa tanta dosis de realidad, donde puedo encontrar ese abrazo cálido que necesito a diario y que no encuentro.

Se me ocurre la base de un cuento: una mujer que se arrancó el corazón de cuajo y lo escondió en un lugar oscuro y seco de su dormitorio. Sin corazón, esa mujer era pura lógica y razocinio, cruel y fría. La gente la llamaba "bruja", pero en realidad ella había decidido dejar de sufrir, dejar de que las cosas le importasen tanto; había decidido cortar lazos con el mundo; había decidido esperar la muerte. Pero cada vez que llegaba a casa, se encerraba en su habitación, y abría ese cofre que guardaba su tesoro más preciado: un corazón rojo, de colores vivos y brillantes, que latía con la pulsión de la vida y el amor, puro. Un corazón que nadie más valoraba, sólo ella. Sabía que un día alguien llegaría a su espacio secreto, encontraría su corazón, y lo apuñalaría. Era cuestión de tiempo. Eso ya había ocurrido en el pasado, ahora estaba preparada. La gente celebraría la muerte de la bruja esa noche, pero el cielo lloraría por la pérdida de un corazón tan hermoso.