Ayer nos dejaba Carrie Fisher, la inolvidable Princesa Leia de la Guerra de las Galaxias. Éste es uno de esos casos en que el personaje fagocita a la persona, lo cual siempre hace un flaco favor a la misma tanto en su vida personal como en su vida profesional. Ayer en las redes sociales las imágenes que aparecían sobre Carrie Fisher prácticamente eran todas las de sus primeras películas en la saga galáctica, a pesar de que interpretó una vez más a la princesa Leia en el Episodio VII, un ejemplo más del poder del personaje, y del culto a la juventud y a la belleza que rendimos en esta época.
Pareciera que Carrie Fisher no hubiese sido nada más en la vida. Y claro que fue: actriz, guionista, madre, esposa, hija...pero ante todo fue un ser humano, imperfecto, pero lleno de magia, de fuerza, y de rebeldía. En realidad Carrie Fisher era una superviviente: “Cuando eres una superviviente, te tienes que meter en líos a menudo para demostrar tu talento”, decía ella.
Carrie Fisher fue ante todo un icono, un símbolo. Primero como princesa Leia, demostró a una generación de mujeres que no hacía falta un príncipe para ser salvadas, que todas teníamos dentro la fuerza (y la Fuerza) para poder salir adelante nosotras solas. Leia, la princesa guerrera, la líder, la rebelde. En segundo lugar Carrie fue un símbolo de la lucha de todos aquellos con transtornos mentales, dado que ella padecía síndrome bipolar. Muchas personas se verían reflejadas en ella, en alguien famoso que tenía la valentía de reconocer sus debilidades, ayudando a limpiar la lacra de la enfermedad. Como buena superviviente, fue capaz de superar una vida de excesos, marcada ampliamente por las drogas que entiendo terminaron por pasarle factura. Y finalmente defendió a los animales, a los que adoraba. En muchos aspectos, ella era un ejemplo a seguir. De ahí, este homenaje. Te echaremos de menos.