Hace muchos años que dejé de visitar Levante y por ende perdí el Mediterráneo. Con Nápoles volví a retomar el contacto, pero ha sido ahora al visitar Salónica en que me he dado cuenta de que lo echo de menos. Me encanta el norte de Europa, pero es innegable que mis raíces me arrastran al Sur.
No habría venido aquí de no ser por haber escrito un paper para una conferencia. Pero ahora repetiría el viaje. Cuando voy sin expectativas sobre un lugar, la impresión suele ser más favorable. Salónica me ha causado una buena impresión. Sí, me recuerda bastante a Nápoles: caótica, ruidosa, algo sucia, calurosa, muy mediterránea, pero igual mente tiene un encanto especial. De hecho, las postales me han mostrado sitios que me gustaría visitar, especialmente Santorini y Meteora. Sobre todo me gustaría poder ver otra vez ese mar de azul intenso que se aprecia desde el avión cuando vas a aterrizar en el aeropuerto. Lamentablemente, Salónica no tiene playas sino a unos 25km de distancia.
He caminado bastante por la ciudad, que es extensa, y no me he sentido demasiado extranjera. Los griegos tendrán sus defectos, pero son graciosos. Al menos tienen un sentido del humor parecido al nuestro y son capaces de entender cuándo estás de broma. El idioma no ha sido un problema, porque la mayoría hace un esfuerzo por entender el inglés. Claro está que yo también he hecho un esfuerzo por aprender griego. Mi objetivo simplemente poder leerlo. En el viaje de ida ya pasé un rato leyendo la revista de Aegean Airlines intentando aprender el alfabeto. Eso y algunas palabras básicas: hola, buenos días, buenas tardes, gracias, de nada. Todo un éxito :-)
La conferencia también ha sido diferente. Estoy acostumbrada a las conferencias del norte donde todo es milimétrico y rígido. Ésta, por contra, ha resultado lo suficientemente informal para sentirme cómoda. Y la comida ha sido increíble. Lo mejor, la de la cena de gala, que ni siquiera pagué. Y encima me sentí fatal cuando un chico griego nos contaba la triste situación de Grecia en estos momentos mientras yo comía por la cara.
El viernes nos llevaron de excursión a Vergina para visitar las tumbas reales, entre ellas la de Filipo II, padre de Alejandro Magno (oriundo de Macedonia), y la supuesta tumba del hijo de Alejandro, Alejandro IV. Interesantísima. Pero lo anecdótico del viaje fue que Gustavo (mi compañero de Institut Telecom) y yo nos equivocamos de vehículo y nos fuimos en un monovolumen particular. Ese viaje ha sido de lo más costumbrista que me haya podido echar en cara, algo así como estar en una peli de Emir Kusturica: música tradicional griega de fondo con griegos gritándose los unos a los otros sobre cómo llegar a Vergina, sin ningún pudor de tenernos a bordo. ¡Y cómo gesticulan!
Lo peor del viane ha estado a la vuelta. ¡Menuda odisea! Aviones retrasados, enlaces perdidos, amenaza de no salir de Atenas, búsqueda de plaza en otras compañías, y finalmente llegada a Madrid a altas horas de la noche. Creo que aún no me he recuperado y mi próximo viaje ya asoma en el horizonte.
No habría venido aquí de no ser por haber escrito un paper para una conferencia. Pero ahora repetiría el viaje. Cuando voy sin expectativas sobre un lugar, la impresión suele ser más favorable. Salónica me ha causado una buena impresión. Sí, me recuerda bastante a Nápoles: caótica, ruidosa, algo sucia, calurosa, muy mediterránea, pero igual mente tiene un encanto especial. De hecho, las postales me han mostrado sitios que me gustaría visitar, especialmente Santorini y Meteora. Sobre todo me gustaría poder ver otra vez ese mar de azul intenso que se aprecia desde el avión cuando vas a aterrizar en el aeropuerto. Lamentablemente, Salónica no tiene playas sino a unos 25km de distancia.
He caminado bastante por la ciudad, que es extensa, y no me he sentido demasiado extranjera. Los griegos tendrán sus defectos, pero son graciosos. Al menos tienen un sentido del humor parecido al nuestro y son capaces de entender cuándo estás de broma. El idioma no ha sido un problema, porque la mayoría hace un esfuerzo por entender el inglés. Claro está que yo también he hecho un esfuerzo por aprender griego. Mi objetivo simplemente poder leerlo. En el viaje de ida ya pasé un rato leyendo la revista de Aegean Airlines intentando aprender el alfabeto. Eso y algunas palabras básicas: hola, buenos días, buenas tardes, gracias, de nada. Todo un éxito :-)
La conferencia también ha sido diferente. Estoy acostumbrada a las conferencias del norte donde todo es milimétrico y rígido. Ésta, por contra, ha resultado lo suficientemente informal para sentirme cómoda. Y la comida ha sido increíble. Lo mejor, la de la cena de gala, que ni siquiera pagué. Y encima me sentí fatal cuando un chico griego nos contaba la triste situación de Grecia en estos momentos mientras yo comía por la cara.
El viernes nos llevaron de excursión a Vergina para visitar las tumbas reales, entre ellas la de Filipo II, padre de Alejandro Magno (oriundo de Macedonia), y la supuesta tumba del hijo de Alejandro, Alejandro IV. Interesantísima. Pero lo anecdótico del viaje fue que Gustavo (mi compañero de Institut Telecom) y yo nos equivocamos de vehículo y nos fuimos en un monovolumen particular. Ese viaje ha sido de lo más costumbrista que me haya podido echar en cara, algo así como estar en una peli de Emir Kusturica: música tradicional griega de fondo con griegos gritándose los unos a los otros sobre cómo llegar a Vergina, sin ningún pudor de tenernos a bordo. ¡Y cómo gesticulan!
Lo peor del viane ha estado a la vuelta. ¡Menuda odisea! Aviones retrasados, enlaces perdidos, amenaza de no salir de Atenas, búsqueda de plaza en otras compañías, y finalmente llegada a Madrid a altas horas de la noche. Creo que aún no me he recuperado y mi próximo viaje ya asoma en el horizonte.