lunes, junio 12, 2017

El día en que casi muero

La vida nos expone continuamente a la muerte desde que nacemos, por lo que tenemos muchas ocasiones en las que ver la muerte de cerca y sentirla. Algunas son más claras que otras. Con el tiempo, también se van poniendo en perspectiva, y al final, si no hay eventos realmente claros, terminas por elegir aquellos que son más próximos en el tiempo. Para mí ese día es hoy.
Mucha gente pensará que es exagerado decir que puedes morir por dismenorrea. Puede ser. Pero el dolor y los síntomas eran muy reales para mí. Para explicarlo diré que una parte es el intenso dolor abdominal, ése que parece que te estén arrancando las entrañas con las manos desnudas. A esto se unen las sensaciones paralelas: bajada de tensión, mareos, sudores fríos, escalofríos, mal cuerpo. Todo in crescendo y desatado. 

Ante tal panorama, tendría que haberme ido directamente a casa y dejar el gimnasio para otro día. Pero desde pequeña tengo grabada la estúpida creencia de que está mal quejarse por tener la regla, que ceder al malestar corporal es de personas débiles, que la regla es la excusa de muchas mujeres para dejar de hacer cosas. Así que he ido igualmente. Supongo que pensé que se me pasaría en cuanto empezase a hacer mi actividad, pero no fue así. 

Desde que empezó la clase he sentido la debilidad del cuerpo y la incomodidad de tener que lidiar con las sensaciones de flojera del mismo. Me costaba concentrarme y era incapaz de hacer los ejercicios correctamente. A ratos tenía la sensación de que iba a perder el sentido y me iba a caer en la sala. Habría sido tan vergonzoso...
Tendría que haberme excusado y haberme marchado de clase sin más. Lo ideal habría sido reconocer y aceptar la necesidad previamente. Está claro que todavía tengo mucho que aprender en el arte de amarme a mí misma. Pero he resistido porque además de una muestra de debilidad, me parecía una falta de respeto a la profesora. En mi mente resonaban unas palabras mientras mi cuerpo pedía a gritos un descanso: "venga, un poquito más". Así hasta el final de la misma. ¡Menudo estoicismo de mierda!. Ha sido tremendamente duro, he sufrido enormemente, y menos mal que se trataba de una clase de corrección postural, donde el objetivo no es precisamente quemar calorías. No habría podido resistirla en caso contrario. De hecho, he tenido la sensatez de no ignorar más las señales y continuar con una clase de body jam. 

Al terminar la clase he llegado arrastrándome al vestuario. He parado en la recepción por un paracetamol que pudiese matarme el dolor y me he ido directamente al baño. Me he cruzado a varias personas y nadie me ha preguntado si me encontraba bien. Quizás no se han percatado de lo pálida que estaba (lo más probable), quizás es otro síntoma de la deshumanización que nos invade.

Me he metido en el water número dos y allí prácticamente me he hecho amiga de la taza. Afortunadamente ese baño está tan limpio que se podría comer en él. De la taza a una tumbona que hay junto a la sauna. De la tumbona a la taza otra vez. Así todo el rato, una media hora. Me sentía muy incómoda, muy agitada, incapaz de superar el malestar general y el continuo dolor abdominal que, lejos de cesar, se hacía más agudo cada vez. Así hasta que finalmente he vomitado.

Por un momento me he visto en perspectiva desde arriba, como si fuese la borracha de un bar. He pensado que podría morirme allí y que tardarían mucho en descubrir mi cuerpo. Sería una forma bastante patética de morir, agarrada a la taza de un baño de gimnasio, la verdad. Pero en esos momentos todo me daba igual: no había nada, salvo el malestar y el dolor. Vomitar me ha dado algo de paz, aunque no ha borrado los síntomas. Seguía sintiéndome mal, pero tenía que regresar a casa, que es donde yo quería estar realmente. Me habría gustado tener a alguien a quien llamar y que se hiciese cargo de mí, pero no hay nadie. Me he sentido muy sola. 

Como buenamente he podido me he subido al coche en dirección a mi casa. Me encontraba algo mejor para poder conducir, aunque no en plenas facultades. El único momento de lucidez ha sido llegar a preguntarme cuál sería la mejor ruta para minimizar un accidente. Todavía no sé la respuesta, pero yo he ido por la vía de circunvalación, que es el camino más rápido. Durante todo el trayecto he tenido que lidiar con mi incesante dolor abdominal, la necesidad de cerrar los ojos, y la obligación de mantener una precaria atención a la carretera para no tener un accidente. Para colmo hoy todos los semáforos parecían ponerse en mi contra y no me he encontrado a los mejores conductores precisamente. He pensado que efectivamente podría tener un accidente, y que todo daría igual porque por fin podría descansar.

Por fin aparco el coche y llego a mi casa tambaleándome. Me tomo un ibuprofeno, que es el último recurso que tengo a mano para apaciguar el dolor. No debería haberlo tomado tan próximo al paracetamol, pero entiendo que éste no ha llegado a absorberse. Me tumbo en la cama. No puedo estar más mareada, ni estar más cansada, ni más ida, ni el dolor puede ser mayor. Me retuerzo, me abrazo a la almohada, sollozo...pero el dolor sigue ahí.

No sé en qué momento me he quedado dormida, pero de repente me sorprendo despertando. Mi estómago pide comida. Me siento débil, pero más entera. La crisis parece haber remitido una vez más. Ahora solamente quiero dormir.

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