miércoles, septiembre 20, 2017

Zapatillas

Mañana me marcho de vacaciones, y como siempre, he entrado en "modo viaje". El modo viaje es esa forma de miedo a la muerte que se experimenta antes de viajar. Así lo defino yo. Lo experimento como resistencia a viajar, pereza, desidia, y la racionalización de los motivos que me llevan al mismo. Me pone un tanto irritable también. Igualmente procrastino todas las tareas que se asocian al mismo: hacer la maleta, sacar dinero, depilarme, etc. Lo voy dejando hasta que no queda más remedio que hacerlo, o bien descartarlo definitivamente.



Mientras intentaba hacer parte de la maleta (que no he conseguido terminar aún), he cogido mis zapatillas del gimnasio, he vertido polvos pédicos en su interior para quitar el olor, y las he dejado apoyadas en la pared. Es la rutina que suelo hacer los fines de semana en preparación de la vuelta al gimnasio los lunes. Pero en este caso, me he dado cuenta de que me iba de viaje, y he sido consciente de que estaba preparando las zapatillas como si diera por hecho que fuera a regresar.

Hay tantos gestos que hacemos automáticamente dando por hecho el resultado. Nuestra mente funciona así, aunque también hay un poco de fé en esto: la creencia de que nada nos va a pasar mientras estemos viajando. Pero podría acontecernos cualquier fatalidad en el camino, algo que no estaba previsto, un suceso que nos arrancara de nuestra vida. ¿Cuántas cosas se quedarían suspendidas? 

A la mente no le gusta pensar que nada se queda indefinido. A la mente le gusta cerrar, concluir, atar cabos. Nos da cierta calma y seguridad. Pero hay tantas cosas que se quedan en el camino pendientes. Cosas a medio hacer revestidas de un final aparente. Todo por no entrar en el desasosiego de las cosas inconclusas.

Miro mis zapatillas y pienso: "si algo me pasase, se quedarían allí esperando mi regreso". Sí, una especie de fantasía de animación en el que mis zapatillas sienten el duelo de mi pérdida. En realidad, preparar las zapatillas es un gesto casi tierno, quizás inútil, pueril, si lo comparamos con todo lo demás que se quedaría pendiente. ¿Qué pasa con los temas sin zanjar, con los retos iniciados, con mis mascotas y mis plantas, con el elemental de mi casa? Pero la pregunta es: ¿Qué pasaría con mis zapatillas?

Daría igual. No tiene ninguna relevancia. Nadie pensaría que esas zapatillas están esperando por mí. Son objetos carentes de una atadura emocional aparente que las vincule a mí. Son objetos prescindibles. Así que mi madre metería las zapatillas en una bolsa de basura con todas mis cosas, y todo se perdería en algún basurero de las afueras de la capital. Una parte de mí moriría con ellas nuevamente. Y así mi rastro desaparecería de este mundo, y quedaría un hueco para aquel que venga a cubrirlo en este mundo.

Mi ego se resiste a esta idea, pero mi alma celebra la libertad.

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