Disfrutar de la belleza es fácil en estos días de mayo. Basta con buscar uno de esos pequeños oasis de la ciudad que todavía no ha sido invadido por el cemento. Allí se encuentran mares verdes de mullidas espigas que incitan al sueño y a la desidia. La diosa nos acuna suavemente en sus brazos. Su voz de viento nos arrulla con caricia de terciopelo y nos envuelve en los delicados aromas de la jara y la mimosa. Y en lo alto, el dios Apolo en su carro de fuego calienta y nos da la vida.
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