domingo, junio 26, 2011

La lección del via crucis de Luzern

Llovía a raudales en Lucerna y entré en la iglesia de san Leodegard a refugiarme. Había estado allí el día anterior con Markus y sabía que los bancos estaban divididos de manera individualizada y eran altos de respaldo, lo que te hacía prácticamente invisible a ojos extraños. Me sentía cansada de andar toda la mañana, pero también estaba algo triste y vacía. Me pasa siempre que me esfuerzo mucho para intentar lograr algo, como un examen o, como en este caso, la final review de un proyecto.

Desde mi sitio en la iglesia veía el altar mayor, las figuras de los apóstoles sobre mi cabeza, e imágenes de la pasión de Cristo en los laterales. Me fijé en éstas sin ninguna intención previa. Fue entonces cuando recibí el mensaje de las pinturas, mi “revelación”.

La mitología clásica y algunas religiones politeístas nos muestran dioses fuertes y poderosos a los que el hombre debe temer porque es en las manos de los mismos en las que reside su destino. Cristo en cambio, nació para dar ejemplo desde su propia humanidad. Sufrió humillación, escarnio, tortura y murió en la cruz. Por ser hijo de Dios, podría haberse librado de todo aquello en cualquier momento (sólo tendría que haberlo pedido), pero decidió continuar hasta el final para demostrarnos que un dios también puede compartir las penas de los hombres, que no es ajeno a nuestro sufrimiento y que lo comprende y, sobre todo, para darnos esperanza de que a pesar de todo el dolor, es posible perseverar y alcanzar la gracia.

La segunda boda del año

Ayer tuve la segunda boda de este año. Dos de tres si nadie más lo estropea. Ésta fue más tradicional que la primera y con más clase también. Se casaba una antigua compañera del colegio. Me sorprendió la invitación porque hacía mucho que no teníamos relación. Estuve a punto de rechazarla, pero después pensé que a veces es necesario compartir con la gente ciertas experiencias para poder formar parte de la vida.

La ceremonia en sí no me gustó nada. Fue rara, mal elaborada. Parecía como si hubiera estado hecha de retales dispares mal cosidos. No me sentí demasiado parte de la misma, salvo en la homilía del cura, que a todo el mundo le pareció larguísima excepto a mí. El cura habló de los símbolos del matrimonio y el primero es el de la mirada: amar no significar verse el uno en los ojos del otro, sino mirar los dos en la misma dirección. Es decir, que amar es caminar uno junto al otro, recorrer el mismo sendero, apoyarse en el otro cuando uno se fatiga, esperar por él y compartir las vivencias. Es una imagen bonita y edificante a la que todos podemos aspirar.

Lo que no me gustó tanto fue otra de las recomendaciones: perdonarlo todo. ¿Se puede perdonar todo? ¿Se puede perdonar que te maltraten, que te humillen, que te violen, sólo por el hecho de ser matrimonio? Supongo que el cura no pensó en ello, pero cuando lees algunos titulares en la prensa y ves cómo la Iglesia católica (en este caso) defiende ciertos comportamientos en el marco del matrimonio, te hierve la sangre. Hay cosas que no tienen justificación por muy santificadas que estén.

lunes, junio 20, 2011

Litha 2011

Este año el sol se mostraba tímido, pero finalmente ha decidido mostrarse en su plenitud.
Hace calor, pero es soportable. Eso significa que podemos salir al aire libre a celebrar Litha y llenarnos de la energía poderosa del sol que purifica al tiempo que trae la alegría de la vida.


Litha (Lisa Thiel)

I am the fire that burns within your soul
I am the Holy light that fills and makes you whole
I am the Flame within, that never dies
I am the sun that will ever arise

Power of the Sun we honor you this night
We leap across the fire to keep our spirits bright
Power of the Sun, fire in the night
We leave behind, that which blinds, to restore our sight

I am the fire that clears away the old

I am the holy light that guides you to your soul
I am the Flame Of Love for which you yearn
I am the sun that will always return

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miércoles, junio 01, 2011

"Si decido quedarme" (Gayle Forman)

Mia tiene un terrible accidente de tráfico en el que toda su familia muere. Ella sobrevive, pero entra en coma y en esa situación tiene que enfrentarse a una disyuntiva: vivir o morir. La decisión depende de soportar el dolor de una gran pérdida y de luchar por las cosas que aún le quedan: Adam, Kim y una prometedora carrera como chelista.

La respuesta es predecible: Mia decide aferrarse a las cosas que le quedan. No sólo es el final más políticamente correcto, estoy convencida de que la autora no quería el final triste (¿triste?). Nuestro instinto de supervivencia nos impulsa a la lucha, a pensar que merece la pena vivir por las cosas que quedan por pequeñas que sean. Es el final que queremos (¿queremos?) leer para no enfrentarnos a la pregunta existencial: "¿qué hay más allá de la muerte?". Quizá es un ejercicio demasiado duro en tiempos duros. Quizá es que necesitamos algo de esperanza.

A mí me habría gustado ver la otra cara de la dicotomía, aunque eso planteara la nada. Pero aunque en mi victimismo me gustaría creer que yo habría elegido marcharme para siempre de este mundo, lamentablemente me esfuerzo demasiado en la lucha.

Hace tiempo leía un artículo de un psicólogo en el que relataba su experiencia con enfermos terminales (creo que salía en EPS, pero no he conseguido encontrar el reportaje). Contaba que en algunos casos estos enfermos se empeñan en luchar por la vida prolongando el sufrimiento innecesariamente, soportando lo indecible para permanecer en el mundo. Sería más fácil dejarse ir, pero estoy segura de que estamos biológicamente programados para permanecer. ¿Para qué?