Ayer tuve la segunda boda de este año. Dos de tres si nadie más lo estropea. Ésta fue más tradicional que la primera y con más clase también. Se casaba una antigua compañera del colegio. Me sorprendió la invitación porque hacía mucho que no teníamos relación. Estuve a punto de rechazarla, pero después pensé que a veces es necesario compartir con la gente ciertas experiencias para poder formar parte de la vida.
La ceremonia en sí no me gustó nada. Fue rara, mal elaborada. Parecía como si hubiera estado hecha de retales dispares mal cosidos. No me sentí demasiado parte de la misma, salvo en la homilía del cura, que a todo el mundo le pareció larguísima excepto a mí. El cura habló de los símbolos del matrimonio y el primero es el de la mirada: amar no significar verse el uno en los ojos del otro, sino mirar los dos en la misma dirección. Es decir, que amar es caminar uno junto al otro, recorrer el mismo sendero, apoyarse en el otro cuando uno se fatiga, esperar por él y compartir las vivencias. Es una imagen bonita y edificante a la que todos podemos aspirar.
Lo que no me gustó tanto fue otra de las recomendaciones: perdonarlo todo. ¿Se puede perdonar todo? ¿Se puede perdonar que te maltraten, que te humillen, que te violen, sólo por el hecho de ser matrimonio? Supongo que el cura no pensó en ello, pero cuando lees algunos titulares en la prensa y ves cómo la Iglesia católica (en este caso) defiende ciertos comportamientos en el marco del matrimonio, te hierve la sangre. Hay cosas que no tienen justificación por muy santificadas que estén.
La ceremonia en sí no me gustó nada. Fue rara, mal elaborada. Parecía como si hubiera estado hecha de retales dispares mal cosidos. No me sentí demasiado parte de la misma, salvo en la homilía del cura, que a todo el mundo le pareció larguísima excepto a mí. El cura habló de los símbolos del matrimonio y el primero es el de la mirada: amar no significar verse el uno en los ojos del otro, sino mirar los dos en la misma dirección. Es decir, que amar es caminar uno junto al otro, recorrer el mismo sendero, apoyarse en el otro cuando uno se fatiga, esperar por él y compartir las vivencias. Es una imagen bonita y edificante a la que todos podemos aspirar.
Lo que no me gustó tanto fue otra de las recomendaciones: perdonarlo todo. ¿Se puede perdonar todo? ¿Se puede perdonar que te maltraten, que te humillen, que te violen, sólo por el hecho de ser matrimonio? Supongo que el cura no pensó en ello, pero cuando lees algunos titulares en la prensa y ves cómo la Iglesia católica (en este caso) defiende ciertos comportamientos en el marco del matrimonio, te hierve la sangre. Hay cosas que no tienen justificación por muy santificadas que estén.
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