Llovía a raudales en Lucerna y entré en la iglesia de san Leodegard a refugiarme. Había estado allí el día anterior con Markus y sabía que los bancos estaban divididos de manera individualizada y eran altos de respaldo, lo que te hacía prácticamente invisible a ojos extraños. Me sentía cansada de andar toda la mañana, pero también estaba algo triste y vacía. Me pasa siempre que me esfuerzo mucho para intentar lograr algo, como un examen o, como en este caso, la final review de un proyecto.
Desde mi sitio en la iglesia veía el altar mayor, las figuras de los apóstoles sobre mi cabeza, e imágenes de la pasión de Cristo en los laterales. Me fijé en éstas sin ninguna intención previa. Fue entonces cuando recibí el mensaje de las pinturas, mi “revelación”.
La mitología clásica y algunas religiones politeístas nos muestran dioses fuertes y poderosos a los que el hombre debe temer porque es en las manos de los mismos en las que reside su destino. Cristo en cambio, nació para dar ejemplo desde su propia humanidad. Sufrió humillación, escarnio, tortura y murió en la cruz. Por ser hijo de Dios, podría haberse librado de todo aquello en cualquier momento (sólo tendría que haberlo pedido), pero decidió continuar hasta el final para demostrarnos que un dios también puede compartir las penas de los hombres, que no es ajeno a nuestro sufrimiento y que lo comprende y, sobre todo, para darnos esperanza de que a pesar de todo el dolor, es posible perseverar y alcanzar la gracia.
Desde mi sitio en la iglesia veía el altar mayor, las figuras de los apóstoles sobre mi cabeza, e imágenes de la pasión de Cristo en los laterales. Me fijé en éstas sin ninguna intención previa. Fue entonces cuando recibí el mensaje de las pinturas, mi “revelación”.
La mitología clásica y algunas religiones politeístas nos muestran dioses fuertes y poderosos a los que el hombre debe temer porque es en las manos de los mismos en las que reside su destino. Cristo en cambio, nació para dar ejemplo desde su propia humanidad. Sufrió humillación, escarnio, tortura y murió en la cruz. Por ser hijo de Dios, podría haberse librado de todo aquello en cualquier momento (sólo tendría que haberlo pedido), pero decidió continuar hasta el final para demostrarnos que un dios también puede compartir las penas de los hombres, que no es ajeno a nuestro sufrimiento y que lo comprende y, sobre todo, para darnos esperanza de que a pesar de todo el dolor, es posible perseverar y alcanzar la gracia.
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