My boots are not made for walking. Por eso mismo me encuentro ahora escribiendo esta entrada, sentada en la cama de mi habitación, mientras me recupero del dolor de pies de caminar por toda la ciudad. Pero calculo que en media hora estaré de nuevo en las calles de Tokyo visitando los últimos rincones que me quedan por ver. He sacrificado Kamakura por ellos y resulta que hoy por fin sale el sol. No me arrepiento si consigo ver Shibuya y Shinjuku esta tarde. Es ambicioso, pero no imposible.
Son muchas las cosas que podría contar de mi visita a Tokyo. Incidentes, ninguno, pero sí hay muchos aspectos a mencionar. No sé ni por dónde empezar.
Pese a lo que diga Josemi, los japoneses no son extremadamente feos. He visto chicas preciosas, pequeñas y delgadas, de cutis perfecto, como muñecas. Quizá los hombres sean menos agraciados, pero tampoco son espantosos. No sé qué cánones de belleza sigue este chico, la verdad.
Lo que sí es cierto es el tópico de que son amables y serviciales. Al extremo (tengo grabado el “irashaimaseeeeee” en la cabeza de tanto escucharlo). Muy silenciosos. Muy limpios, llegando a la exageración. Eso hace que me parezcan poco ecológicos. En mi opinión, usan demasiada agua, aunque no parece que tengan problemas de abastecimiento (con tanta lluvia interminable).
También es verdad que el inglés se les da mal. Se esfuerzan poquito por hablarlo. Algunos entienden al menos, pero otros…A Dios gracias, existe el chino para poder entender algunas cosas escritas. Para comunicarnos, las cuatro expresiones que me sé en japonés y, especialmente, los gestos. El idioma en sí es curioso y muy cantarín, aunque en algunos momentos es un poco rayante.
La comida era mi caballo de batalla hasta que descubrí el ramen. Es una sopa de fideos con carne muy sabrosa. Eso me ha salvado de pasarme una semana comienzo una-don (anguila con arroz). El Soba está bien, pero no acompaña con el frío que hace. También he probado la tempura de gambas (muy rica) y toniniku (carne de pollo) en varias versiones. Hoy he decidido occidentalizar la comida, probando en una cadena de hamburgueserías local llamada “Lottería” (da miedo el nombre).
La comida es bastante cara. Sobre todo el café. El precio es de unos 6 euros de media. Me está sangrando monetariamente (junto con los souvenirs, que tampoco son baratos). Pero o me tomo el café o me congelo. Me queda algo de dinero, pero se me está acabando. No me gustaría tener que sacar o cambiar los pocos euros que me quedan. Podría pagar con tarjeta, pero no siempre es posible y además me da miedo rebasar el límite y no poder pagar el hotel. Lo único bueno de los establecimientos es que hay agua fría disponible siempre y es gratis, con lo que no hace falta pedir bebida. En algunos sitios dan té caliente, pero es un poco raro (como graso) y no me gusta mucho.
Para ser una ciudad tan avanzada, no hay demasiados hot-spots para conectarse. El Wifi no es lo suyo. A ver si Akibahara me cambia la percepción.
Tokio no es una ciudad bonita en sí. Pero es muy interesante por todos los contrastes que tiene. Basta con ver cualquier serie de dibujos animados para hacerse una idea. Aún no puedo decidir cuál es mi zona favorita de la ciudad. Emocionalmente quizá me quede con Ginza, porque es donde estoy alojada (el concepto “refugio” es importante para mí”. Es el barrio más de negocios de la ciudad, lo que hace que parezca una ciudad más, con edificios un poco más altos y con mucho neón por las noches. También me ha gustado mucho Asakusa, que es un templo budista en el centro de la ciudad.
El tema templos es interesante. Es bonito ver cómo la gente acude a ellos a mostrar su devoción y respeto. En occidente lo tomamos como un modelo de espiritualidad. No digo que no, pero tanto que criticamos a la Iglesia católica por sacar dinero a los fieles, hay que ver cómo se lucran los monjes budistas con todo el dinero que se dejan los fieles en sus plegarias, su fortuna, y sus objetos religiosos. Eso le quita un poco de misticismo a esa idea romántica de la espiritualidad asiática. Por cierto, ya sé cómo se sienten ellos visitando una iglesia en España: curiosidad mucha, pero ningún vínculo emocional.
En cuanto a la compañía, gracias a que mi compañero Yosu venía también a la conferencia, no he estado tan sola estos días. No me importa estar sola en general, pero estar sola en Tokyo podría haber sido un reto. Conocimos además a un chico italiano majísimo llamado Roberto, que trabaja en INRIA, y hemos pasado los tres estos días juntos. Aunque a ratos es complicado viajar en grupo, nos hemos llevado bastante bien, en parte porque Roberto y yo somos más flexibles que Yosu. La verdad que hay veces que está bien que decidan por ti.
El viernes nos fuimos los tres a Nikko, que era una de las recomendaciones que teníamos anotadas. Es una ciudad de montaña que tiene varios templos budistas muy repujados y de colores muy vivos. El que estuviera nevando le daba un plus, aunque habría preferido un sol radiante para hacer fotos bonitas. Hacía un frío que pelaba (creo que el día que más frío hemos pasado). Lástima no haber podido ir a un onsen (un baño termal) porque apetecía.
Seguro que me dejo cosas en el tintero, pero voy a ir saliendo a pasear. Saionaraaaaaa.