lunes, enero 09, 2012

Velas, eutanasia y soledad.


Cuando estuve en Lucerna encontré una oración en una iglesia que comparaba las vidas humanas con velas consumiéndose en el servicio a Dios. Siempre me ha parecido muy apropiado, pero más aún tras ver cómo la vida de Basi se apagaba poco a poco en sus últimos días, como la pequeña llama de una agonizante pavesa que, pese a que su final está cerca, sigue intentando brillar.

Si la muerte de mi abuelo paterno me puso en contacto con la muerte, en su aspecto de pérdida de una persona cercana, ésta de Basi me ha traído la experiencia de la enfermedad. El cáncer es una enfermedad que devora por dentro poco a poco hasta que te consume por entero. Trece años de sufrimiento vividos con increíble resistencia y apego a la vida, amén de dolores y padecimientos. Transcribo las palabras de otra persona, que lo expresa mejor que yo:

“Te escribo porque estás viva, Basi, y no porque te hayas muerto. Estás viva en el corazón y en la mente de todos tus familiares y amigos. No has muerto, porque tu huella indeleble está con todos nosotros y porque tu fe, tu espíritu de sacrificio y lucha ha sido un ejemplo que a nadie deja indiferente. La tristeza de tu fallecimiento, en Madrid, embarga a todos tus familiares y amigos, pero de forma simultánea sabemos que tuviste valor hasta el último minuto y que aceptaste la voluntad de Dios con entereza. Estas viva, Basi. Lo estás entre todos los que te conocimos, porque nunca perecerá tu recuerdo, tu espíritu y tu alma generosa y limpia.”

Aun reconociendo la fuerza ante la muerte, al mismo tiempo uno se pregunta la necesidad de tanto sufrimiento. Cuando una mascota sufre, la sacrificamos por amor y compasión hacia ella. ¿Por qué no lo mismo para un ser humano? ¿Acaso nos dan miedo las leyes de los hombres y de Dios? Sinceramente, es una lección que aún no termino de comprender, aunque sé que debe estar ahí esperando a ser desvelada.

Por último, uno se plantea su propia mortalidad. No es sólo ya la cercanía de la muerte, sino de cómo encararla en el momento final. Aunque sigo pensando que todos estamos solos frente a la muerte (como estamos solos frente a la vida), en sus últimos días Basi estuvo rodeada de amigos y familiares, gente que la quiso, que se preocupó y cuidó de ella, que sostuvo su mano y confortó su espíritu hasta el último momento. He pensado en mi propio final y el panorama no es muy alentador ¿habrá alguien a mi lado cuando llegue mi hora? ¿Quién? Atendiendo a la sensación de que moriré en la senectud, mis padres ya habrán muerto, mi hermana será mayor para acompañarme, y no vislumbro hijos ni amigos en el horizonte. Me resulta aterrador. Aunque sinceramente quizá esto sea el precio que pagamos los solitarios.

No son pensamientos muy halagüeños, lo sé, pero en estos momentos es todo lo que se me pasa por la cabeza.

Al menos ayer miré al oeste y vi la promesa de la primavera.

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