Cuando estuve en Lucerna encontré una oración en una iglesia
que comparaba las vidas humanas con velas consumiéndose en el servicio a Dios.
Siempre me ha parecido muy apropiado, pero más aún tras ver cómo la vida de
Basi se apagaba poco a poco en sus últimos días, como la pequeña llama de una
agonizante pavesa que, pese a que su final está cerca, sigue intentando
brillar.
Si la muerte de mi abuelo paterno me puso en contacto con la
muerte, en su aspecto de pérdida de una persona cercana, ésta de Basi me ha
traído la experiencia de la enfermedad. El cáncer es una enfermedad que devora
por dentro poco a poco hasta que te consume por entero. Trece años de
sufrimiento vividos con increíble resistencia y apego a la vida, amén de
dolores y padecimientos. Transcribo las palabras de otra persona, que lo
expresa mejor que yo:
“Te escribo porque estás viva, Basi, y
no porque te hayas muerto. Estás viva en el corazón y en la mente de todos tus
familiares y amigos. No has muerto, porque tu huella indeleble está con todos
nosotros y porque tu fe, tu espíritu de sacrificio y lucha ha sido un ejemplo
que a nadie deja indiferente. La tristeza de tu fallecimiento, en Madrid,
embarga a todos tus familiares y amigos, pero de forma simultánea sabemos que
tuviste valor hasta el último minuto y que aceptaste la voluntad de Dios con
entereza. Estas viva, Basi. Lo estás entre todos los que te conocimos, porque
nunca perecerá tu recuerdo, tu espíritu y tu alma generosa y limpia.”
Aun reconociendo la fuerza ante la muerte, al mismo tiempo
uno se pregunta la necesidad de tanto sufrimiento. Cuando una mascota sufre, la
sacrificamos por amor y compasión hacia ella. ¿Por qué no lo mismo para un ser
humano? ¿Acaso nos dan miedo las leyes de los hombres y de Dios? Sinceramente,
es una lección que aún no termino de comprender, aunque sé que debe estar ahí
esperando a ser desvelada.
Por último, uno se plantea su propia mortalidad. No es sólo
ya la cercanía de la muerte, sino de cómo encararla en el momento final. Aunque
sigo pensando que todos estamos solos frente a la muerte (como estamos solos
frente a la vida), en sus últimos días Basi estuvo rodeada de amigos y
familiares, gente que la quiso, que se preocupó y cuidó de ella, que sostuvo su
mano y confortó su espíritu hasta el último momento. He pensado en mi propio
final y el panorama no es muy alentador ¿habrá alguien a mi lado cuando llegue
mi hora? ¿Quién? Atendiendo a la sensación de que moriré en la senectud, mis
padres ya habrán muerto, mi hermana será mayor para acompañarme, y no vislumbro
hijos ni amigos en el horizonte. Me resulta aterrador. Aunque sinceramente
quizá esto sea el precio que pagamos los solitarios.
No son pensamientos muy halagüeños, lo sé, pero en estos
momentos es todo lo que se me pasa por la cabeza.
Al menos ayer miré al oeste y vi la promesa de la primavera.
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