Me sumerjo en la clase de yoga. Es una clase de baja intensidad donde la mente y la respiración lo son todo. Concentrarse en la respiración para conocerse y romper los límites materiales. Durante toda la clase los pensamientos obsesivos se esfuman y dejan paso a la consciencia del momento, del movimiento y la postura. Y todo desemboca en los momentos finales de la relajación. Allí todo es oscuro y silencioso. Es un espacio donde sólo estoy yo, donde sólo soy yo. Nada a lo que apegarse. Nada por lo que luchar. Sin exigencias, sin dolores físicos. Es como si el cuerpo flotara en la ingravidez. Y todo es soledad y oscuridad a mi alrededor, pero me siento bien.
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