miércoles, marzo 29, 2017

Despidiendo a un ángel

Mi madre me ha llamado para darme la peor noticia posible: mi tía Anita tiene cáncer de páncreas, y metástasis en hígado y sangre. El cáncer es muy agresivo y va rápido. Me da la sensación de que no voy a llegar a despedirme, y eso me da muchísima pena.
Desde la noticia, no puedo dejar de llorar. Creo que estoy en schock y me siento desconsolada. Yo esperaba otro diagnóstico, algo más esperanzador. Qué ingenua soy a veces, qué estúpida.
No dejo de pensar en ella y de recordar ciertos momentos. También pienso en el impacto que su muerte va a tener en nosotros: creo que esto supone el fin de la familia, porque ella era como una columna vertebral. Es más, sin ella, casi pierde todo el sentido visitar el pueblo, porque verla a ella era una de las grandes motivaciones de estas visitas. Su ausencia va a ser mucho más notable que la de mis abuelos, y va a ser tan duro no verla en cada rincón de la casa…
Esta semana tengo varios frentes abiertos a nivel emocional, pero esta noticia pesa como una losa. Ahora mismo, nada tiene sentido en mi vida. Ni el presente, ni el futuro. Ahora mismo, sólo existen el pasado y los recuerdos. Y en mi pasado está ella, como lo estuvo Basi. Todos son recuerdos buenos, porque mi tía es la bondad personificada. Es tan humilde, tan sencilla, tan sacrificada, tan dedicada…Quizás ser así le haya pasado factura. Ocurre cuando te centras en los demás y te olvidas de ti mismo. Pero, ése era el rol que se espera de una mujer de pueblo, y ella cumplió bien con las expectativas.
Los días que quedan son de preparación para una despedida. Pero, ¿cómo se despide uno de un ángel? Eso es lo que ella era para mí: un ángel. Un ángel que se marcha de mi vida. Otro más. Mi vida se está quedando “desangelada”.
En realidad, debería sentirme contenta. Su alma ha terminado su paso por este mundo y va a viajar por fin. Saldrá de esta dimensión y quizás se reúna con mis abuelos, que estarán encantados de volver a ver a su Anita, y con mis tío Paco, y con mis tías-abuelas, y con todos aquellos que se fueron hace tiempo y que no conocí. Creo que será un bonito reencuentro. Supongo que cantarán jotas allá donde se encuentren. En el pueblo siempre supieron vivir la vida despacio, sencillamente, saboreándola.
Pero para los que nos quedamos, la pérdida es muy grande, muy dolorosa. Es parte del apego, y el apego pertenece a esta dimensión.

No sé cómo voy a poder superar esto. Y como siempre, lo tengo que pasar sola. Y estoy muy cansada. Y me da miedo volverme loca.

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