Generas tanta energía que crees que no serás capaz de contenerla. Tu cuerpo está al límite de su resistencia, pero te sostiene algo más poderoso: tu sentido del deber. Notas la desesperación de la carne luchando por liberarse. Aunque la pugna es dura, termina por someterse. Y llega el día en que toda la energía se libera. La mente se relaja y el cuerpo recibe las consecuencias. No hay nada que pueda hacer la conciencia: ya no es su momento; reinan la pereza y la apatía. Es necesario pasar por ello para poder volver a ser uno mismo, para resurgir de la piltrafa en que te has convertido. Como un ave fénix. Un ave fénix que grazna fuerte, eso sí: mundo, prepara tus tímpanos (jijiji)
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