Quedan unas horas para que entre el 2014, el año del caballo. No va a ser una noche muy festiva para mí, pero intentaré que sea especial. Problema: hoy hay luna nueva y no deberían hacerse conjuros. Pero eso no quita para que encienda las velas, tome mis uvas y piense en que me gustaría que el nuevo año sea mejor que éste que nos deja.
Este año ha sido un poco extraño y como he comentado representa la muerte de mi viejo mundo. Una muerte lenta, inexorable, dolorosa y quizá necesaria para que llegue algo nuevo.
El 2013 no empezó demasiado bien, ya que me rompí el brazo patinando y estuve dos meses de baja, con una rehabilitación un poco lenta. Sin embargo, necesitaba ese parón para darme cuenta de lo acelerada que iba y cambiar mis hábitos. Dejé de tratar de llenar las horas para exprimir la vida y traté de buscar tiempos muertos, que son tan necesarios como los silencios en la música.
Durante esos meses de baja me di cuenta también de que toda mi vida giraba en torno al trabajo y que eso me estaba secando por dentro. Desde entonces he intentado de cambiar el foco y equilibrar las diferentes áreas de mi vida. Quizá ya no sea tan profesional y dedicada, pero a cambio he recuperado un poquito la ilusión.
A principios de año me surgió también la posibilidad de cambiar de vida y de marcharme a trabajar a otro país. Rechacé esa oferta, en parte por miedo, en parte por una serie de razones que creí importantes. No es que me arrepienta de mi decisión, pero las razones resultaron ser decepcionantes y he terminado llevando la clase de vida que podría haber hecho allí, pero sin la experiencia vital que me habría aportado.
Por otro lado, mi hermana tuvo un bebé y eso es parte de las cosas que han contribuido a la muerte de mi mundo.
Dos de mis mejores amigos se marchan a México por dos años y eso también contribuye a dicha muerte.
Como en toda muerte, estamos solos. Creo que estoy en una etapa en la que debo aprender a estar sola y disfrutar de la soledad. No debería ser difícil para un lobo solitario como soy yo. Pero a veces lo es y creo que también se debe a ese intento de control, junto con una valoración negativa y errónea de la situación. Afortunadamente, si en algún momento creo rozar la locura, siempre me queda el gimnasio, que se ha convertido en una especie de templo donde me purifico y me encuentro. Y de paso me hago físicamente más resistente, salvo algunos achaques colaterales. La clase de yoga, por ejemplo, me ayuda muchísimo a estar en un espacio suspendido en el tiempo en el que soy libre, sin ataduras, sin etiquetas, donde mi energía se manifiesta de una manera suave, fluida, pura. Así que ésta es una de las cosas que mantendré en el nuevo año, si mis achaques lo permiten.
Por lo demás, todo sigue igual. Casi mejor así. No necesito tormentas enormes, porque bastantes se libran en mi interior.
Y sin embargo, aún me aferro a los restos del naufragio. Es parte de esa necesidad que tengo de tratar de controlarlo todo, porque el control me da una falsa sensación de seguridad. Espero que en 2014 pueda liberarme de ella completamente. Pensar menos, sentir más, dejarme llevar más, como dice Lola. Precisamente es ese el mensaje que parece repetirse a mi alrededor últimamente, así que debería prestar atención.
No tengo proyectos para el 2014, pero sí la esperanza de algo mejor.