22 de diciembre. 20:30. Goethe Institut. Si no supiera que hay gente dando clase a estas horas, diría que el edificio está abandonado. Las luces están encendidas, pero no encuentro ni un alma a mi paso. El silencio lo abarca todo. Es ensordecedor, amenazador, unheimlich.
Subo a la primera planta y me siento a esperar. Intento leer algo más sobre Walter Faber, pero no puedo concentrarme. Me incomoda tanta tranquilidad: en el silencio uno se encuentra a sí mismo y eso puede ser aterrador.
Por alguna razón pienso que en ese momento podría pasar cualquier cosa. A la cabeza me viene la imagen de Bastian escondido en su instituto mientras lee “La Historia interminable”. Pero si su alter-ego era Atreyu, el mío no puede ser más que Herr Faber y no es un pensamiento demasiado reconfortante, porque me espera una tragedia en el argumento, algo de simbolismo desconocido y mucha reflexión. Algo que no deseo abordar en este silencio asfixiante.
Sólo hay una cosa que mata al silencio, y es el ruido. Me voy al baño a tararear. Apenas hago brecha en el silencio, pero es suficiente para sentirme protegida.
Espero que den las 21:00.
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