jueves, diciembre 13, 2007

Ti voglio bene, Campania


¿Qué puedo decir de la Campania? He visto tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. Mi primera impresión, según iba en coche a Pozzuoli, fue bastante mala. Nápoles parecía una ciudad vieja y destartalada. Pensé que no iba a gustarme nada aquello. Luego Crisis me llevó a dar una vuelta por la zona, los llamados Campi Flegrei, viendo algunos pueblos costeros próximos a Pozzuoli. Vi el lago Lucrino, el Averno, Baia, Bacoli y regresamos a Pozzuoli. Todo me seguía pareciendo un poco cutre: las carreteras malas, las basuras apiladas y los pueblos con la misma pinta de Nápoles. Poco más que decir de ese primer día, salvo que nos perdimos con el coche y casi llegamos a Quarto.

Ser sociable tiene ventajas. En el desayuno coincidimos con un húesped inglés que nos recomendó visitar Herculano. Fue todo un acierto ir hasta allá. Primeramente en la mañana fuimos a Pompeya, ciñiéndonos a nuestros planes iniciales. Pomeya, ciertamente, es espectacular. Es una ciudad enorme y lleva tiempo recorrerla toda. A ratos puedes imaginarte cómo era aquello en su época. Pero lo verdaderamente impresionante es pensar en la labor arqueológica para desenterrar la ciudad, así como en la erupción que sepultara la ciudad en el 79 dC, ya que el Vesubio no está tan cerca.

¿Visto Pompeya, visto todo? En absoluto. La excavación de Herculano es más pequeña, pero es igualmente sorprendente, en parte gracias a la labor de restauración. Cuando el Vesubio entró en erupción, los habitantes salieron al mar, pensando que allí estarían a salvo; pero las altas temperaturas del agua los cocieron. Frente a lo que era un malecón, ahora aparece un talud de altura considerable ¿debido a la erupción? ¡Es increíble! Herculano tiene muchas cosas que ver. La Palestra, por ejemplo, es impresionante, aunque conviene verla de día, porque por la noche da miedo entrar en la antigua piscina, que contiene una estatua de una hidra.

El domingo fuimos a Nápoles. Crisis insistió en que fuéramos en tren (la via Cumana) porque entrar en Nápoles con el coche podía ser un infierno. Por no hablar de lo caro que son los aparcamientos. Un colega del trabajo nos había hecho un itinerario y fuimos siguiéndolo a lo largo de la jornada. Lo que pudimos, porque la lluvia (ha llovido todos los días) y la escasez de luz hicieron que variáramos algunas partes del mismo. Desde luego Nápoles habría que verlo más hacia el verano. Pero el invierno tiene algo imprescindible: los belenes, que tienen mucha fama. Son preciosos, la verdad.
Nápoles no es la ciudad más bonita del mundo. Es vieja y destartalada, como decía antes. Sin embargo, tiene un encanto difícil de explicar. Quizá sean sus calles estrechas, sus casas de colores, el movimiento de la ciudad. La verdad, me sentí muy a gusto.

Volví a Nápoles al día siguiente, pero yo sola porque Crisis tenía que trabajar. Volvió a llover, para variar. Pero en una tregua pude ver el mar bajo el sol. ¡Qué bonito es el golfo de Nápoles! Me pasé un buen rato contemplándolo. A mí, casi todo lo que sea mar me gusta.
Por la mañana había ido a ver la Solfatara, un antiguo cráter que aún tiene fumarolas activas. Hay un autobus que sube desde Pozzuoli hasta allá, pero yo subí a pie. Calculo que habrá 1,5km desde el puerto, así que se me hizo un poco pesado. Afortunadamente el cráter es plano, pero el hedor a huevos podridos que se respira en todo el parque es a ratos insoportable. Llegué a la Boca Grande, donde se encuentra la fumarola principal (en todo el parque puede verse el humo que se desprende del interior de la tierra) y por poco no me intoxico de tanto azufre. Eso sí, dicen que tomar aires sulfúricos es bueno para las vías respiratorias, así que debo de tener los bronquios más limpios que la patena.


Por la noche fuimos a la cena de Navidad de Accenture, a la que Crisis había sido invitada. Yo fui de acoplada. Me sentía un poco incómoda porque me sentía como una intrusa. Sin embargo, los colegas de Crisis fueron muy amables conmigo. Terminé pasándolo bien. De cena tomamos pasta y más pasta. También hubo una actuación en vivo, con canciones típicas. Fue divertido.

Ahora estoy de vuelta en Madrid y echo de menos Italia. No sólo lo he pasado en este viaje, sino que he desconectado totalmente de mi vida. Pareciera como si en vez de cuatro días me hubiese marchado por un mes. Allí todo parecía lejano y carente de importantancia. En fin, ya veremos cuánto me dura esta sensación de haber tomado oxígeno.

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