Mia tiene un terrible accidente de tráfico en el que toda su familia muere. Ella sobrevive, pero entra en coma y en esa situación tiene que enfrentarse a una disyuntiva: vivir o morir. La decisión depende de soportar el dolor de una gran pérdida y de luchar por las cosas que aún le quedan: Adam, Kim y una prometedora carrera como chelista.
La respuesta es predecible: Mia decide aferrarse a las cosas que le quedan. No sólo es el final más políticamente correcto, estoy convencida de que la autora no quería el final triste (¿triste?). Nuestro instinto de supervivencia nos impulsa a la lucha, a pensar que merece la pena vivir por las cosas que quedan por pequeñas que sean. Es el final que queremos (¿queremos?) leer para no enfrentarnos a la pregunta existencial: "¿qué hay más allá de la muerte?". Quizá es un ejercicio demasiado duro en tiempos duros. Quizá es que necesitamos algo de esperanza.
A mí me habría gustado ver la otra cara de la dicotomía, aunque eso planteara la nada. Pero aunque en mi victimismo me gustaría creer que yo habría elegido marcharme para siempre de este mundo, lamentablemente me esfuerzo demasiado en la lucha.
Hace tiempo leía un artículo de un psicólogo en el que relataba su experiencia con enfermos terminales (creo que salía en EPS, pero no he conseguido encontrar el reportaje). Contaba que en algunos casos estos enfermos se empeñan en luchar por la vida prolongando el sufrimiento innecesariamente, soportando lo indecible para permanecer en el mundo. Sería más fácil dejarse ir, pero estoy segura de que estamos biológicamente programados para permanecer. ¿Para qué?
La respuesta es predecible: Mia decide aferrarse a las cosas que le quedan. No sólo es el final más políticamente correcto, estoy convencida de que la autora no quería el final triste (¿triste?). Nuestro instinto de supervivencia nos impulsa a la lucha, a pensar que merece la pena vivir por las cosas que quedan por pequeñas que sean. Es el final que queremos (¿queremos?) leer para no enfrentarnos a la pregunta existencial: "¿qué hay más allá de la muerte?". Quizá es un ejercicio demasiado duro en tiempos duros. Quizá es que necesitamos algo de esperanza.
A mí me habría gustado ver la otra cara de la dicotomía, aunque eso planteara la nada. Pero aunque en mi victimismo me gustaría creer que yo habría elegido marcharme para siempre de este mundo, lamentablemente me esfuerzo demasiado en la lucha.
Hace tiempo leía un artículo de un psicólogo en el que relataba su experiencia con enfermos terminales (creo que salía en EPS, pero no he conseguido encontrar el reportaje). Contaba que en algunos casos estos enfermos se empeñan en luchar por la vida prolongando el sufrimiento innecesariamente, soportando lo indecible para permanecer en el mundo. Sería más fácil dejarse ir, pero estoy segura de que estamos biológicamente programados para permanecer. ¿Para qué?
1 comentario:
Creo que por nuestra naturaleza, tenemos el instinto de sobrevivir, por eso la mayoría de la gente escogería seguir viviendo.
Habría que ver qué el punto de vista de los suicidas ya que son los únicos que a día de hoy deciden no seguir viviendo.
Yo espero no econtrarme en esa tesitura. A día de hoy te diría que escojo "vivir", pero quién sabe...
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