Debo admitir que siempre me han gustado todo tipo de estructuras. Las estructuras se relacionan con la regularidad, el orden, la estabilidad y, por qué no, la seguridad. Las estructuras nos aportan un soporte, un refugio, una salvaguarda para el caos diario de un mundo hecho en vidrio amorfo y plástico. También pueden crearnos dependencia y apego, impidiénonos la flexibilidad y la adaptabilidad que los tiempos requieren. Aún así abogo por las estructuras.
En especial me gustaría resaltar las estructuras sintácticas. Las estructuras físicas y arquitectónicas son hermosas, pero requieren de capacidades para las que lamentablemente no estoy dotada. Las estructuras sociales me parecen complejas y en sus reglas me muevo con torpeza. Las estructuras de datos me parecen meras cajas. Las estructuras sintácticas, por el contrario, son manejables, accesibles y cómodas.
A riesgo de mostrar ciertos rasgos autistoides, confesaré que la sola contemplación de estas estructuras me produce un sosiego inmediato, como una especie bálsamo para mi mente. Jugar con ellas ordena mi pensamiento y me da claridad de ideas. Al mismo tiempo me conceden un espacio fuera del mundo donde poder encontrarme a mí misma, donde se diluye esa molesta sensación de inutilidad que me acompaña de seguido. Una bendición que lamentablemente se presenta en gotas.