jueves, noviembre 03, 2011

Camino a París

"Shouji, shouji". Me parece que estoy soñando. "Shouji" significa "teléfono móvil" en chino. Me parece oirlo claro y nítido. Por supuesto que estaba soñando. Hace un rato veía a mi abuelo paterno en una silla de ruedas, con su bata azul y sus grandes gafas diciéndome: "gitana, gitana de raza pura". Hace más de diez años que falleció, pero yo aún siento su pérdida. Claramente estoy soñando.

Desde hace un tiempo he desarrollado la gran habilidad de quedarme dormida en todos los despegues. Hincho mi almohada cervical fosforita, me reclino sobre la ventanilla y caigo dormida como un tronco. Es genial porque lo paso fatal en cada ida y de esta manera no me entero de nada.

Pero ahora tengo los ojos abiertos y oigo claramente el sonido de un teléfono. Miro por la ventana. Aún estamos en tierra, esperando a despegar. Detrás de nosotros espera una cola de al menos cuatro aviones. Un chico está recriminando al pasajero que apague el teléfono, pero parece que éste no sabe. Vuelvo a mirar por la ventana. Un hermoso sol de otoño se destaca entre las nubes plomizas que descargaban un chaparrón minutos antes.

Ya llevamos cuarenta minutos de retraso. Voy a llegar de noche a París. La sombra de la Tierra se dibuja en el horizonte. "Es un buen día para morir", pienso yo, pero descarto en el mismo instante el pensamiento. Se me ocurren pensamientos de lo más bizarro en los despegues que trato de sustituir por otros más halagüeños. Pienso que quiero volver a Paracuellos a ver despegar los aviones, que quiero salir una noche a buscar Polaris y Betelgeuse.

Lo mejor es que intente volver a dormir. Y así, poco a poco, vuelvo a caer en los brazos de Morfeo.

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