miércoles, septiembre 02, 2015

Un niño sirio



Las redes arden con la foto de un niño sirio ahogado en las costas turcas. En lo que va de año, más de 2000 personas han muerto en el Mediterráneo, todas con un nexo común con ese niño: la huida hacia la promesa de un futuro mejor, promesa que ahora yace en las aguas de ese mar que representa la frontera sur de Europa. Podríamos ver sus fotos y conocer sus historias, y sin embargo, ninguna nos ha llamado la atención como la de ese niño. ¿Por qué?

Cuando sucede una tragedia así, uno suele mirar hacia otro lado. Si no vemos el problema, es como no existiera. Si no lo vemos, no podemos sentirlo, no podemos conectar con él. Si no conectamos con él, no sufrimos. Y si no sufrimos, ¿somos felices?

La mayoría de nosotros vive vidas anodinas, absurdas en muchos casos, casi como fantasmas que van de la cama al trabajo y del trabajo a casa, como máquinas para consumir y pagar facturas. Alimentamos un sistema que consume nuestras almas, y a cambio nos ofrece una falsa sensación de bienestar y seguridad. Por eso protegemos ese sistema ante cualquier factor que pudiera amenazarlo. La imagen de la tragedia y la miseria humana es algo que atenta contra ese sistema y por tanto, negamos la realidad. O la racionalizamos. O tratamos de diferenciarnos de ellos, los refugiados. Así que generamos incomprensión, racismo, odio, cualquier cosa que nos aparte, como si todo lo que sucede fuera ajeno a nosotros, como si las consecuencias fueran ajenas a nosotros, como si no fuesen seres humanos como nosotros.

A veces miramos con un poquito más de atención y podemos llegar a sentir compasión. A fin de cuentas somos humanos, y los humanos sentimos. Pero suele ser una compasión tibia, fría. A veces pienso que el consumo masivo de los medios nos ha insensibilizado. Estamos acostumbrados a ver imágenes similares cada día. El efecto sólo dura hasta que surge una nueva imagen.

A veces hasta somos capaces de sentir cierta indignación por lo que sucede. Pero es una indignación fugaz. Alguno moverá un dedo y compartirá una foto en las redes sociales, pero hasta ahí su compromiso social. En los momentos decisivos nos echamos atrás y lo justificamos con manidas frases inmovilistas tipo "esto no vale para nada", "nada va a cambiar", "todos los políticos son iguales"... Joder, pues claro que vale, mucho más que refugiarte en tu mierda de vida gris que llevas. Tú mismo alimentas tu propia decepción en un sistema al que te niegas a cambiar.

Entonces, ¿por qué nos afecta tanto la imagen de este niño? Primero porque es un niño. Los niños nos causan especial sensibilidad, quizá porque representan la pureza, la inocencia, la esperanza, el futuro, todo lo que es bonito y tierno. A veces me jode un poco cómo los medios hacen uso de los niños para aderezar las noticias, como si la tragedia de por sí no fuera ya consistente. A veces también me jode que parezca que la vida de los niños valga más que la de los adultos, pero esto quizá ya sean cosas mías de esas que no son normales.

Por otro lado es una foto diferente: la imagen que se muestra no parece estar asociada a ninguna tragedia. El niño aparece sólo. No hay más cadáveres, no hay restos de un barco naufragado, no hay sangre, no hay violencia. A ratos pareciera que está dormido placidamente, junto al mar, mecido por las olas, a la orilla de un mar tranquilo y arrullador. Es una foto que inspira ternura, pero al mismo tiempo resulta desoladora porque sabes que esa imagen idílica oculta la muerte.

Mi hermana ha comentado con tristeza hoy: "me recuerda a mi peque". Efectivamente, guarda cierto parecido con mi sobrino, de una edad aproximada. También es un niño que no tiene raza, porque su posición nos impide clasificarlo. Y creo que ahí reside precisamente lo que termina por atraparnos: es un niño cercano, podría ser el hijo de cualquiera. Ahí te das cuenta de que ese niño, que podría ser tu hijo, jamás tendrá un futuro; jamás crecerá, ni hará castillos de arena en la orilla del mar, ni reirá cuando juegue con las olas, ni leerá "Calle", ni cantará "En la granja de Pepito", ni jugará a pressing-catch con su tita; que nadie, salvo su padre que se arriesgó por él, hizo nada por ayudarlo; que todos somos un poco responsables de su muerte; que con él muere también la esperanza de un mundo mejor. Nuestra esperanza.

No sé, se me parte el corazón.

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