lunes, agosto 31, 2015

Sirsasana

Hoy era un día especial en yoga. Gabriela, la profesora sustituta, terminaba sus clases. A partir del miércoles vendrá el profesor titular, que estaba de baja por depresión, algo que jamás pensé que pudiera darse en un yogi. Me da mucha pena la marcha de Gabriela porque sinceramente me parece una gran profesora y con ella he tenido clases de yoga increíbles. Espero que sea posible que pueda dar los talleres de fin de semana.

El punto final del ciclo Gabriela venía acompañado de la clase sobre el último chakra: el chakra de la coronilla. Es el chakra que nos une al universo, como una pieza del mismo, al igual que las células individualmente componen el cuerpo. Es curioso porque el símil indica que cuando todas las células están en armonía, el cuerpo está sano, mientras que células enfrentadas dan lugar a la enfermedad. De esta manera, el sistema al que pertenecemos estará sano si nosotros contribuímos de manera positiva al mismo. Al final cada uno en este mundo contribuye al total, así que todos somos responsables de la salud de nuestra realidad.

Gabriela también comentaba que todos somos antenas, conectados con el universo a través de este séptimo chakra. Es curioso porque esto enlaza con un pensamiento que tuve hace unos días: si nuestro subconsciente es un amplificador de nuestros pensamientos, entonces esa parte de nosotros es la antena emisora que genera nuestra realidad. Por otro lado, esto enlaza con la idea del cono mágico, el cono de las brujas, para manifestar la magia. Mucha gente no lo sabe, pero en realidad el sombrero típico de las brujas es una representación del cono mágico, que no es sino la energía generada para la magia.

Comenzamos las asanas y resulta que nos pasamos toda la clase arraigándonos y haciendo respiración plantar. ¿Curioso, no? Y todo porque la energía superior debe estar sustentada por todos los niveles. Esto es exactamente lo que explicaba Isabel en clase de canto con su teoría de la columna de aire: sin el apoyo inferior, la voz no es lo suficientemente poderosa, carece de "carne".
Y al revés, desde el séptimo chakra, todos nuestros niveles se nutren del universo.

Pero cuando pensaba que ya estaba todo hecho, llega la sorpresa de la clase: sirsasana. Me quedo sin aliento de la emoción. Es la postura que he deseado aprender desde que de niña miraba la enciclopedia de Ciencias Ocultas de mis padres. La postura en la que todo el cuerpo descansa sobre la cabeza y los brazos. Una postura que da miedo porque uno piensa que se va a fracturar el cuello, porque parece imposible que la cabeza pueda sostener todo el peso. 

Lo hacemos en parejas. Empiezo yo por pura ansiedad de hacerlo. Parto de la postura llamada "el delfín", con la cabeza entre las manos, y desde allí voy avanzando hacia la vertical, donde elevo una pierna y mi compañera me ayuda a elevarme. Resulta tremendamente sencillo porque no tengo dudas sobre ella y su ayuda: confío en ella. Y más importante, no tengo dudas al elevarme: confío en que lo voy a lograr, confío en mi capacidad. Al principio las cervicales me molestan un poco, pero de repente me asiento en la postura y todo resulta cómodo. Y allí estoy, erguida sobre mi cabeza, con la sangre circulando en torrente hacia la cabeza. No sé si estoy más perpleja o emocionada. Cuando desciendo estoy eufórica. Joder, no sé si voy a poder apaciguar mi emoción en la parte de la relajación. Bueno, y ahora estoy totalmente despierta y espabilada. A ver cuánto tardo en dormir.

Ahora que lo he experimentado una vez, tengo que probarlo a hacerlo yo sola contra la pared. He visto a una chica hacerlo en clase, creo que puedo intentarlo. De aquí al cuervo, sólo hay un paso :-)

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