Hoy tenía en mente comprar una cosa. Mientras circulaba camino a la tienda me he dado cuenta de que todas mis elecciones espontáneas de salidas y calles me enrutaban por el trayecto óptimo para llegar. Hasta he encontrado sitio en la puerta y a la sombra. Todo ha sido tan fácil y se ha dado tan bien que no he podido dejar de sorprenderme. Era como si realmente tuviera que hacer justo eso en el preciso momento que tenía que ocurrir.
Mientras me tomaba un café me ha venido una idea a la cabeza que he llamado "ley óhmica del destino". En los circuitos eléctricos la corriente pasa por el camino de menor resistencia. Si encuentra un resistor, lo atravesará con mayor o menor facilidad según su valor óhmico. Cuanto mayor sea la resisencia, más dificultad para los electrones de atravesarlo. ¿Y si nosotros fuéramos como estos electrones en la vida? ¿Y si el camino de menor resistencia fuera aquél que está escrito para nosotros? Para encontrarnos con nuestro destino, podemos recorrer otros caminos, siempre con esfuerzo, incluso sufrimiento; sólo aquél que está marcado para nosotros sería aquél que recorreríamos de manera sencilla, rápida, fluida. Como ir cuesta abajo, como ir hacia el sur que diría Bárbol en la película.
No sé si los electrones tienen un mapa del circuito cuando comienzan a recorrerlo. Nosotros no, desde luego. Pero estaría bien tener uno para saber dónde están las posibles sendas que se nos ofrecen. Por lo menos, saber cuál es la que marca nuestro destino y después, elegir la ruta que más nos plazca, si dispuestos a asumir el sacrificio.
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